¿A quién daré mis cánticos sino a Ti, mi Señor? Mis cánticos sólo los entregaré al Dios de mi salvación, a Aquel que me ayudó, que me levantó cuando nadie más pudo hacerlo. Tú, Dios único, fiel y verdadero, que nunca nos desamparas, sino que con tu diestra poderosa nos sostienes y nos guardas del mal. A Ti, Señor, elevó mi voz, mis manos y mi corazón, porque sólo Tú eres digno de recibir toda adoración.
Él es Dios, Él es bueno, y por lo tanto sólo a Él daré todas mis alabanzas. Sólo para Él escribiré cánticos, porque Él es el Dios que me sacó del mundo en el que estaba perdido. Sin merecerlo, Cristo se entregó por mí en aquella cruz, soportó toda burla, todo dolor, todo maltrato por amor a mi alma. Ese es mi Dios, el que me salvó, el que me limpió de mis pecados, el que me dio vida cuando estaba muerto espiritualmente. ¿Cómo no cantarle? ¿Cómo no adorarle con todo lo que soy?
No me cansaré de bendecir Su Santo y glorioso nombre, porque con mi boca proclamaré que Su poder y majestad son eternos. A Dios rendiré mi corazón, lo derramaré delante de Él en alabanzas, pues de Él viene mi fortaleza. Mis cánticos no serán simples palabras, sino ofrenda viva que brota de un corazón agradecido.
Si eres agradecido, da lo mejor de ti al Señor. Alábalo porque Él vive para siempre. Su poder es grande, Su misericordia es infinita y Su amor no tiene límites. Delante de Él todas las naciones, pueblos y tribus se postrarán, reconociendo que sólo en Él hay poder, que sólo en Él hay victoria, y que Él es Rey de reyes y Señor de señores.
Todos los reyes se postrarán delante de él;
Todas las naciones le servirán.Salmos 72:11
Este versículo nos recuerda que llegará el día en que toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Señor. No habrá rey, nación ni autoridad que pueda resistirse a Su gloria. Por eso, hoy es el tiempo de rendirle todo lo que somos, de ofrecerle cánticos sinceros, no solo con los labios, sino con la vida misma.
Es necesario que nuestros cánticos sean auténticos, que broten de un corazón que reconoce la grandeza de Dios. No se trata de cantar por costumbre, sino de adorar con entendimiento, sabiendo que nuestras alabanzas suben al trono del Altísimo como perfume agradable. Cuando adoramos de verdad, el cielo se abre, nuestra alma encuentra paz, y Dios es exaltado por encima de todo.
Que todas las naciones, pueblos, tribus y lenguas exalten el nombre del Señor. Que en cada hogar, en cada iglesia, en cada rincón de la tierra, haya corazones dispuestos a cantar: “Tuyo es el reino, tuya es la gloria y el poder por los siglos de los siglos”. No importa si estamos en medio de la alegría o del dolor, Dios sigue siendo digno, y nuestras alabanzas deben seguir brotando como ríos de gratitud.
Es bueno que todos reconozcan que Dios es Dios, y es por eso que todas las naciones deben dar cánticos y alabanzas a Aquel que vive y reina sobre todas las alturas. Que todos tus cánticos lleguen delante de Su trono. Todo pueblo, tribu y nación, y todos los reyes de la tierra, doblen sus rodillas ante el Señor. Sirvamos al Rey de reyes y Señor de señores, porque Él es digno ahora y por toda la eternidad.