Tengo paz cuando canto al Señor

Qué bueno y reconfortante es cuando vamos delante de nuestro Dios todopoderoso con alabanzas sinceras, cantando salmos a Su Nombre y reconociendo que sin Él nuestras vidas no serían lo que son hoy. Todo lo que tenemos y somos es fruto de Su gracia, de Su misericordia y de Su amor inagotable. Cada una de las obras maravillosas que Dios ha hecho en nosotros nos impulsa a confiar más y más en Él. Su fidelidad es constante, y Su poder no conoce límites. Por eso, con corazones agradecidos, demos gloria únicamente a Dios, pues solo Él es digno de recibir toda la honra, la alabanza y la adoración. No hay otro como Él, ni en los cielos ni en la tierra, y cada día nos demuestra Su amor con bendiciones visibles e invisibles que nos sostienen y fortalecen.

Reconozcamos siempre que tenemos un Dios maravilloso, lleno de amor, bondad y misericordia. Su carácter perfecto nos inspira a rendirle adoración genuina, no solo con palabras, sino con toda nuestra vida. Al contemplar Sus obras, nuestra alma se llena de gratitud y reverencia, porque vemos en cada detalle la evidencia de Su cuidado. Él es quien abre camino donde no lo hay, quien transforma el llanto en gozo y el dolor en esperanza. Cada día podemos ver Su mano obrando de continuo en nuestras vidas, guiándonos con ternura y disciplina, recordándonos que Su propósito es siempre bueno y que Su amor permanece para siempre. No hay día que pase sin que podamos ver un motivo para alabarle: la vida, el aire, la salud, la familia, la salvación, la paz… todo proviene de Él.

Cuando con el corazón alabamos a nuestro Dios, Su paz nos envuelve y Su presencia nos renueva. En esos momentos de adoración sincera, sentimos cómo Su amor y Su poder nos abrazan y restauran nuestras fuerzas. Cuando mi alma canta al Señor, se llena de gozo; cuando mis labios pronuncian Su nombre, mi espíritu se eleva con libertad y confianza. Esa es la belleza de la adoración: no es un acto vacío, sino una comunión profunda con el Dios vivo. En medio de las dificultades, la alabanza se convierte en un refugio; en medio de la tristeza, se transforma en fortaleza. Por eso, debemos aprender a cantar al Señor en todo tiempo, incluso cuando el corazón está herido, porque la alabanza abre el cielo y atrae la presencia de Dios a nuestras vidas.

Querido hermano, cuando el desaliento toque a tu puerta y las fuerzas parezcan agotarse, no busques consuelo en el mundo, busca al Señor. Él es tu refugio y tu roca firme. En Su presencia encontrarás descanso para tu alma y paz para tu mente. Canta a Dios aun en medio de las lágrimas, porque mientras cantas, Su Espíritu desciende y te llena de serenidad. Su paz no es como la del mundo, que depende de las circunstancias, sino una paz sobrenatural que sobrepasa todo entendimiento. Cuando confías en Dios, descubres que no estás solo, que Él pelea por ti, y que incluso en medio de la tormenta Su voz sigue diciendo: “No temas, yo estoy contigo”.

Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz.
En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.

Juan 16:33

Recordemos estas poderosas palabras del mismo Jesús. Él conocía perfectamente el sufrimiento humano, pues lo vivió en carne propia: fue rechazado, traicionado, azotado y crucificado. Sin embargo, a pesar de todo, nos dejó una promesa eterna: “En mí tendréis paz”. Esa paz no se basa en la ausencia de problemas, sino en la presencia constante de Cristo en nuestras vidas. Él venció al mundo, y en Su victoria nosotros también vencemos. Por eso, no hay motivo para temer ni para dudar. Podemos confiar plenamente en Su poder y Su fidelidad, porque Su amor nunca falla. Así que, alabemos Su nombre con gozo, demos gracias por Sus bondades y por todos Sus beneficios. Que cada día sea una oportunidad para levantar nuestras voces en adoración, porque Su paz está con nosotros hoy, mañana y siempre. Amén.

Alabemos porque la venida de nuestro Rey se acerca
Con mi cántico alabaré al Señor

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