Alabanzas al Dios que nos ha ayudado en nuestro camino, cada día somos guardados por Su glorioso poder, bajo Sus alas nos cubre, por eso debemos dar gracias y exaltar Su Santo y bendito nombre. A Él sea la gloria por los siglos, Amén.
Alabemos porque Él es el Dios de nuestra protección, escudo es alrededor de nosotros, nuestra defensa solo vienen de Él. Debemos alabarle porque Él ha roto cadenas, y trajo libertad cuando había cautividad, cuando andábamos por calles oscuras, por caminos donde no teníamos paz. Dios nos libró y libertó en medio de todas esas cosas.
Demos alabanzas por sus bondades y porque Sus misericordias nos acompañan cada día. Debemos confiar en el Señor todos los días.
Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.
Salmos 18:2
En este salmo vemos las expresiones de su escritor ante el Señor, reconociendo que Dios era su protección y su escudo, su libertador. Lo impresionante de este hombre es ver cómo su preocupación era Dios, él no dejaba de alabar y de dar a conocer que sin Dios su vida estaría bajo esclavitud, desierta, y acosada por sus adversarios.
El salmista siempre tenía una alabanza en su boca para dar a Dios, de esta forma este hombre siempre quería agradar a Dios. «Roca mía y mi castillo», decía este hombre, pero ante todo era la confianza que él tenía en que Dios siempre estaba a su defensa. Por eso demos gloria y alabanzas a Dios, Él es bueno y maravilloso.
Así como el salmista reconocía la grandeza del Señor, nosotros también debemos hacerlo. Cada día enfrentamos pruebas, momentos de tristeza o incertidumbre, pero en medio de todo eso Dios sigue siendo nuestro refugio. Cuando todo parece perdido, Su mano nos levanta y nos da una nueva oportunidad. Esa es la razón por la que debemos mantener una actitud constante de gratitud y adoración.
No existe mejor lugar que estar bajo la cobertura de Dios. Él nos protege cuando los vientos soplan fuerte, cuando los enemigos se levantan, cuando las fuerzas humanas fallan. Es ahí donde Su poder se perfecciona y Su amor se hace evidente. Bajo Sus alas encontramos descanso y seguridad, y es por eso que nuestras alabanzas deben ser sinceras, llenas de fe y esperanza.
Cada día que pasa es una muestra de Su fidelidad. Si hoy respiramos, si tenemos paz, si hemos vencido dificultades, es porque Dios ha estado con nosotros. No es por nuestra fuerza, ni por nuestra capacidad, sino por Su gracia infinita. Debemos levantar nuestras manos y decir: “Gracias Señor, porque hasta aquí nos has ayudado”.
Cuando alabamos, no solo expresamos palabras, sino que manifestamos una actitud de confianza y dependencia. La alabanza nos conecta con el corazón de Dios, abre puertas que estaban cerradas y nos llena de una paz que el mundo no puede dar. Por eso, aun en medio del dolor, debemos seguir diciendo: “Bendito sea el nombre del Señor”.
Recordemos siempre que nuestra alabanza tiene poder. No es un simple canto, sino una declaración de fe. Cuando alabamos, las cadenas se rompen, los muros caen y el enemigo huye. Tal como el salmista proclamó, Dios es nuestra roca firme, nuestro refugio seguro, el castillo donde podemos escondernos en los días difíciles. Alabemos a Dios con todo lo que somos, porque Él es digno, y Su amor y misericordia son eternos.