Oh, hermanos cuán grande es nuestro Dios que desde los cielos hace mostrar Su gloria sobre toda la tierra. Su presencia es magnífica y Su poder es grande, por eso alabamos al Señor porque Él es Rey de todas las cosas. Señor, recibe las alabanzas de Tu pueblo.
Pueblos todos, batid las manos, cantad al Dios de Israel, cantemos alegres delante de nuestro Dios poderoso. Oremos con cánticos de alabanzas al Señor, porque Su misericordia nos sostiene cada día. Por sus obras maravillosa, por Su poder que es inalcanzable, porque nos mira desde los cielos. Recordemos el nombre del Dios Todopoderoso con cánticos.
1 Cantad a Jehová cántico nuevo, Porque ha hecho maravillas; Su diestra lo ha salvado, y su santo brazo.
4 Cantad alegres a Jehová, toda la tierra; Levantad la voz, y aplaudid, y cantad salmos.
Salmos 98:1,4
Este es un cántico por la justicia de Dios, Dios es el único que nos puede hacer justicia ante las personas que practican tales cosas que van en contra del Altísimo.
El pueblo de Israel siempre podía ver la mano de Dios obrar en la injusticia de los demás pueblos, por eso este da cánticos por Su justicia y por Su misericordia. En verdad este pueblo pudo ver la mano de Dios, no solo una vez sino que siempre estaba con ellos.
Recordemos el nombre de Dios cada día, porque el Dios de la antigüedad todavía es el mismo Dios, no cambia y no ha cambiado en nada. Alabemos Su Santo nombre para siempre, Él es el que vive y reina por los siglos de los siglos.
Hermanos, qué bendición es cuando el corazón del creyente se llena de gozo para cantar al Señor. Cada palabra de alabanza es como un perfume que sube al cielo, un sacrificio agradable a Dios que muestra gratitud y reverencia. Cuando cantamos, no lo hacemos por costumbre, sino porque reconocemos que Él es digno de toda adoración. En medio de las pruebas o de la abundancia, el cántico debe permanecer en nuestros labios, porque Dios sigue siendo bueno y Su fidelidad nunca falla.
A veces olvidamos que la alabanza es también una forma de guerra espiritual. Mientras alabamos, las cadenas se rompen, las tinieblas retroceden y el enemigo huye. Así lo vivió el pueblo de Israel muchas veces, cuando los ejércitos enemigos se levantaban contra ellos y el Señor los libraba mediante la adoración. Por eso, cuando cantamos con fe, estamos declarando que nuestro Dios reina y que no hay fuerza humana ni espiritual que pueda resistir Su poder.
Que en cada hogar, en cada corazón, se levante una voz de alabanza. No importa si nuestra voz es fuerte o débil, lo que importa es que salga del alma. Dios no mira la perfección de nuestra entonación, sino la sinceridad con que le exaltamos. Él habita en medio de las alabanzas de Su pueblo, y cuando lo alabamos, Su presencia llena nuestras vidas de consuelo, esperanza y fortaleza.
Cuando pensamos en todo lo que el Señor ha hecho, comprendemos que no existe motivo para callar. Él nos ha salvado, nos ha sostenido y nos ha dado vida eterna a través de Jesucristo. Cada día que amanece es una nueva oportunidad para darle gloria y decirle: “Gracias, Señor, porque hasta aquí nos has ayudado”. El corazón agradecido siempre encuentra una razón para cantar.
Así como los salmistas inspirados elevaban su voz con instrumentos y júbilo, nosotros también debemos unirnos a ese coro celestial que nunca cesa de exaltar al Creador. No hay canto más puro ni gozo más grande que alabar a Aquel que hizo los cielos y la tierra. Que nuestras vidas sean un cántico continuo de gratitud, porque el Señor ha hecho maravillas y Su misericordia es eterna. ¡A Él sea toda la gloria, la honra y el poder por los siglos de los siglos, Amén!
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