Alabemos y cantemos a Dios, porque de Él viene nuestro cuidado

Debemos ser más que agradecidos por Su amor, por Su gracia sobre nosotros. Alabemos Su nombre porque, aunque no lo merecíamos, Él se entregó para ser crucificado por nosotros. El Hijo de Dios se humilló hasta lo sumo, tomó forma de siervo y murió en aquella cruz para darnos vida eterna. Por eso, postrémonos delante de Él y adoremos Su Santo y glorioso Nombre, que es sobre todo nombre, que vive, que estuvo muerto, y que ahora vive por los siglos de los siglos. Ningún sacrificio de adoración será suficiente para expresar lo que Él ha hecho por nosotros.

Su gloria está por encima de todo lo creado, no hay nadie como Dios. Él es dueño, hacedor y sustentador de los cielos y de la tierra. Todo lo que existe fue formado por Su palabra poderosa. Las maravillas que contemplamos cada día —el amanecer, el cielo estrellado, el latido de nuestro corazón— son evidencia de Su grandeza. Oh, cuán grande es Dios. Demos gracias porque Sus misericordias son nuevas cada mañana, y aunque fallamos, Él permanece fiel.

Alabemos a Dios porque nuestro socorro viene de Él. No se adormece el que nos guarda, no duerme el que vela por nuestras vidas. Cada día nos libra de las manos del hacedor de maldad. Él es nuestra sombra a la mano derecha, nuestro refugio en medio de la tormenta. Día tras día cantemos para Su gloria, que nuestras bocas y nuestro corazón sean gratos en las alabanzas a Dios. Que no cese la adoración en nuestros labios, ni se apague el fuego del agradecimiento en nuestro corazón.

A Ti damos todo honor, príncipe de paz. Dios de los ejércitos, qué bueno es anunciar Tu poder y Tus maravillas hacia cada uno de nosotros. Tu obra poderosa nos sostiene, nos guía y nos hace sentir seguros. Por eso te alabamos y dedicamos salmos de adoración solo a Ti. Que nuestra vida entera sea un cántico para Tu gloria, que nuestras acciones reflejen que Tú eres Rey sobre nosotros.

Tú, creador de todas las cosas, a Ti nos rendimos adorando y bendiciendo Tu bendito y poderoso Nombre, que vive y reina en las alturas. Tú formaste los mares, las montañas, el polvo de la tierra y al ser humano con tus manos. Sopla en nosotros aliento de vida y haz que cada latido sea una ofrenda para Ti. Que nuestras casas se llenen de Tu presencia, que nuestras familias aprendan a exaltarte, y que las generaciones futuras conozcan que solo Tú eres Dios.

Sea llena mi boca de tu alabanza, de tu gloria todo el día.
Salmos 71:8

Que mi boca rebose de alabanzas como dice este salmo 71. El salmista hablaba a su alma y le ordenaba bendecir al Señor en todo tiempo, proclamando Su gloria. Así también nosotros debemos rendir nuestros labios y nuestro interior a Dios, no solo en momentos de alegría, sino también en la prueba. Que todo el día —desde el amanecer hasta la noche— Su alabanza esté en nuestra boca. Que no nos avergoncemos de proclamar que Él es Rey, Salvador y Señor.

Que Él reciba toda pleitesía, honra y alabanzas por los siglos de los siglos. Vivamos agradecidos, con corazones humildes, reconociendo que sin Él nada somos. Alabemos hoy, alabemos mañana y alabemos hasta que nuestros días se acaben en esta tierra, sabiendo que un día lo adoraremos cara a cara por toda la eternidad. Amén.

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Que la desesperación no nos impida alabar a Dios
Humillados todos delante de Dios, oh, pueblos reconozcan su poder. Canten a Dios.