Cuando vayamos a la presencia de Dios, es bueno que sea con un corazón limpio, pero si tu corazón no está limpio, pídele a Él que lo limpie y que te ayude a ser puro y fiel delante de Él.
Algo debemos tener en cuenta es que si Dios sabe darnos lo mejor, nosotros demos a Él lo mejor de lo mejor. Demos una alabanza de lo más profundo del corazón, que cuando estemos adorando sintamos esa edificación en nosotros.
Cuando das lo mejor a Dios, tu vida también recibe, si tu espíritu estaba abatido, desde ese entonces será restaurando por esa adoración sublime que diste en ese momento, pero recuerda que tu adoración no debe ser por solo un momento sino para siempre.
Nuestra adoración no debe reducirse delante de Dios, sino que hasta en nuestro caminar podamos adorar a Dios, a través de nuestros hechos, que nuestras miradas puedan dar gloria y honra a Dios.
Por eso en nuestras boca mantengamos una adoración pura, que adoremos a Dios sin esperar recibir nada a cambio, sino que le brindemos esa adoración desinteresadamente siendo gratos delante del Señor, porque Él es merecedor de toda la gloria y la honra.
1 Cantad a Jehová cántico nuevo;
Su alabanza sea en la congregación de los santos.2 Alégrese Israel en su Hacedor;
Los hijos de Sion se gocen en su Rey.3 Alaben su nombre con danza;
Con pandero y arpa a él canten.Salmos 149:1-3
Estas palabras se les demandaban al pueblo de Israel, que se regocijen en el Señor, que canten a su nombre, que den gloria a Aquel que los libró de grandes ejércitos en el desierto. Oh todos pueblos den sus alabanzas al Señor. Sean gratos delante de Dios, tomamos pandero y todos los instrumentos de música den su sonido al único Dios Todopoderoso.
Que con nuestro corazones y con nuestras boca demos cada día un cántico nuevo, que al levantarte cada día expreses lo grande y sublime que es Dios.
Dios se agrada cuando su pueblo se presenta con sinceridad, no con apariencias ni palabras vacías, sino con un corazón dispuesto. La verdadera adoración no depende de un lugar ni de una melodía específica, sino del estado de nuestro corazón. Jesús mismo dijo que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque tales adoradores busca el Padre que le adoren (Juan 4:23). Cuando nuestra adoración brota de un corazón transformado, entonces se convierte en una fragancia agradable delante de Dios.
Adorar también implica obedecer. Si decimos amar a Dios pero no obedecemos su palabra, nuestra adoración se convierte en simple sonido. Dios no busca solo canciones, busca vidas que reflejen su amor, su justicia y su santidad. Cada acción que hacemos puede convertirse en una forma de adoración: cuando ayudamos al necesitado, cuando perdonamos al que nos ofendió, cuando mostramos misericordia. Todo eso es también adorar.
Por eso debemos entender que la adoración no se limita al templo o a un día específico, sino que debe acompañarnos en cada momento de la vida. Desde que abrimos los ojos cada mañana, hasta que nos acostamos, nuestro corazón puede seguir adorando. A veces sin palabras, con un simple pensamiento de gratitud, con una sonrisa sincera, o con una oración silenciosa. Todo eso sube delante de Dios como incienso agradable.
Cuando te acercas a Dios con humildad, Él se acerca a ti. No importa si no sabes cantar o si tu voz no es perfecta; lo que Dios busca no es una afinación perfecta, sino una intención pura. Adorar es reconocer que sin Él nada somos, es rendirnos completamente ante su presencia. Él transforma corazones, sana heridas y renueva fuerzas en medio de la adoración.
Así que cada día procura dar a Dios lo mejor, no solo en palabras, sino también en tu manera de vivir. Que tu casa sea un lugar donde se respire adoración, que tus hijos aprendan a alabar a Dios contigo, que tu testimonio inspire a otros a buscarlo. Al final, todo lo que hagamos debe tener un propósito: glorificar el nombre de Aquel que nos creó y nos dio salvación por medio de Cristo Jesús. ¡A Él sea la gloria por siempre!