Cantad con gozo a Dios

A la hora de cantarle a Dios, hagámoslo con el corazón y con alegría y así daremos a entender que si cantamos gozosos es porque tenemos un Dios que nos da paz y alegría para cada uno de nosotros. La verdadera alabanza no proviene de una melodía perfecta, sino de un corazón sincero que reconoce la grandeza de Dios. Cuando nuestras voces se elevan con gratitud, también se eleva nuestra fe, y recordamos que no somos nosotros quienes sostenemos la vida, sino Dios, quien nos sostiene a nosotros. Por eso, cantar a Dios no es solo una acción musical, es un acto de adoración, humildad y entrega.

A veces llegan procesos que causan tristeza en nuestros corazones. En esos momentos, cantar puede parecer difícil, pero es precisamente allí donde nuestra adoración se vuelve más auténtica. Quien canta en medio del dolor demuestra una confianza profunda en el Señor. Por eso, es bueno que día a día procuremos estar firmes en Dios, permaneciendo en su Palabra, orando y manteniendo una comunión constante con Él. Si llenamos nuestro corazón de la presencia de Dios, también brotará de nuestros labios un cántico nuevo, aun cuando las lágrimas caigan. Cantar no niega la tristeza, pero proclama que el gozo del Señor es nuestra fortaleza.

Cantemos al Dios de nuestra salvación con cánticos nuestros, con gozo y con regocijo, porque Él es nuestro Dios que vive y reina para siempre. No adoramos a un ídolo mudo ni a un dios muerto, sino al Dios vivo, al que venció la muerte, al que escucha nuestras oraciones y permanece fiel. Él es nuestro refugio, nuestro pastor y nuestro Rey eterno. Él es quien coloca una nueva canción en nuestra boca y nos permite cantar incluso en medio de la tormenta.

Recordemos que la salvación viene de nuestro Señor que hizo los cielos y la tierra, y a Él debemos rendir toda adoración. Sin Dios no somos nada. Él es el autor de la vida, el sustentador de todo lo creado, y quien nos dio a Su Hijo Jesucristo para redimirnos. Cantar es reconocer esa salvación gloriosa que no merecíamos, pero que recibimos por gracia. Cada vez que levantamos nuestras voces, estamos proclamando que Él es nuestro Salvador y Señor, y que no hay nadie como Él.

Cantad con gozo a Dios, fortaleza nuestra;
Al Dios de Jacob aclamad con júbilo.
Salmos 81:1

Alabemos a Dios por su bondad y por su misericordia; solo a Él cantemos con regocijo, pues es merecedor de toda gloria y poder. Siempre nos ha levantado, nos ha libertado y sus manos nos cubren. El Dios soberano merece de nosotros lo mejor: nuestro tiempo, nuestra voz, nuestro corazón y nuestra vida completa. Cuando cantamos, nuestras preocupaciones se hacen pequeñas, porque recordamos cuán grande es nuestro Dios.

Gracias, Señor, porque por Tu Palabra podemos aprender a adorarte cada día, porque ella nos enseña que solamente a Ti debemos dar gloria. Tú has sido bueno para con nosotros. Sin Ti no podríamos ser lo que somos, oh Dios. Tú siempre nos ayudas y nos sostienes; en momentos malos ahí estás para socorrernos, para ayudarnos a soportar todas las pruebas. Por eso te alabamos desde lo más profundo, reconociendo que Tu misericordia es mejor que la vida.

Bendigamos Su Nombre para siempre. No mires tus fallas ni tus dificultades; mira al Creador, alábalo y glorifica Su nombre, y pídele que cada día te enseñe a adorarlo. Que nuestra vida sea un cántico constante, una melodía de gratitud que honre a Dios en todo momento. Que aun cuando no entendamos el camino, podamos decir: “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca”. Porque mientras Él viva —y Él vive para siempre— siempre habrá un motivo para cantar.

...
Así cantaré Tu nombre para siempre
Cantaré de Ti entre las naciones