Mis ruegos elevo a Ti Señor cada día, escucha mi oración, bendíceme, lléname de poderosa misericordia mi Dios, Tú que vives y reinas para siempre a Ti me rindo, a Ti doy mi adoración más sincera, inclina Tus oídos y escucha todas mis oraciones que día a día hago hacia Ti para que seas misericordioso y que pueda ver tus misericordias que me rodean.
Oh, Señor cómo no voy a cantar a Ti salmos desde el corazón si Tú eres Dios fuerte y valiente, eres merecedor de mi mejor adoración. Por eso no me canso de alabarte, de decirte lo importante que eres para mí.
Día a día cantaré de Tu gran poder y amor, de mañana Te buscaré con anhelo, Te buscaré por Tu sacrificio en la cruz por Tus buenas obras, a Ti daré gracias, solo a Ti te exaltaré, porque Tú oh Dios, me has salvado.
Cada día hazte una hermosa oración a Dios, cántale con amor, búscale desde temprano, canta de su hermosura hechas por Él, di lo importante que es Dios para ti. Reconócele porque Él es bueno, por su bondad para con tu vida, dale solo tu adoración a Él, Él es merecedor de tu mejor exaltación.
De mañana sácianos de tu misericordia, Y cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días.
Salmos 90:14
Debemos pedirle al Señor que día tras día desde temprano su misericordia nos acompañe, que desde que nos levantemos de nuestras camas, esa hermosa alabanza esté en nuestros labios, honrando al salvador de nuestras almas, porque todo lo que tenemos y tendremos se lo debemos a Él.
No te olvides que ese cántico debe ser bueno, y con amor hacia nuestro Dios, porque si Él sabe dar lo mejor, también nosotros debemos darle lo mejor de nosotros.
Cada mañana es una nueva oportunidad para acercarnos a Dios y reconocer su fidelidad. No importa cuán difícil haya sido el día anterior, su misericordia siempre se renueva, y su amor nos sostiene aun cuando nuestras fuerzas parecen agotarse. Por eso, comenzar el día con una oración sincera y con palabras de gratitud abre las puertas de la bendición y fortalece nuestro espíritu para enfrentar lo que venga.
Alabar a Dios desde temprano nos permite ver la vida desde una perspectiva diferente. En lugar de enfocarnos en los problemas, nuestra mente se centra en Aquel que tiene el poder de resolverlos. Cuando ponemos a Dios en primer lugar, todo lo demás encuentra su lugar correcto, porque su presencia transforma nuestras emociones, nuestras decisiones y nuestro entorno. Él escucha nuestras plegarias, aunque a veces parezca que guarda silencio, y actúa en el momento justo.
El salmista entendía esta verdad profundamente, por eso pedía que Dios lo saciara cada mañana con su misericordia. Esa misma invitación sigue siendo válida para nosotros hoy: dejemos que el amor de Dios sea lo primero que inunde nuestro corazón al despertar. Que nuestro primer pensamiento sea para Él, que nuestra primera palabra sea un “gracias”, y que nuestra primera acción sea una alabanza.
Cuando oramos y cantamos con sinceridad, no solo expresamos gratitud, sino que también fortalecemos nuestra fe. La adoración sincera es un diálogo del alma con su Creador; es rendir el corazón y reconocer que dependemos completamente de Él. Así como el aire nos da vida, la presencia de Dios nos renueva por dentro y nos llena de gozo. Cantarle a Dios es un acto de fe, pero también de amor.
En conclusión, que cada uno de nosotros pueda comenzar sus días buscando el rostro del Señor, dejando que su misericordia nos sacie y su Espíritu nos guíe. Que nuestros labios se abran para alabarle y nuestras manos para servirle, porque Él es digno de toda gloria, honor y adoración. Recordemos siempre que mientras tengamos vida, siempre habrá un motivo para cantar a nuestro Dios.