Alaba, oh alma mía, a Jehová

El Salmo 146 pertenece a una serie de cinco salmos conocidos como «los Salmos aleluya». En todo el libro de los Salmos podemos leer sobre victorias, derrotas, pecados, dudas, aflicción, guerra, enemigos, bajas y altas, etc. Sin embargo, en esta serie de salmos «aleluya» solo encontramos alabanza a nuestro Dios. El término “aleluya” significa “alaben a Yahvé”, y nos recuerda que, por encima de cualquier situación terrenal, Dios sigue siendo digno de adoración. El salmista da apertura a su cántico con las siguientes palabras:

1 Alaba, oh alma mía, a Jehová.
2 Alabaré a Jehová en mi vida;
Cantaré salmos a mi Dios mientras viva.
Salmos 146:1-2

Una orden a nuestra alma para que alabe a Dios

Este cántico comienza directamente con la palabra «alabar», lo cual es una exhortación a su propia alma para que alabe a Dios. Dice: «Alaba, oh alma mía, a Jehová». Esto nos enseña que muchas veces debemos recordarle a nuestra propia alma su propósito: adorar a Dios incluso cuando las fuerzas disminuyen. También nos invita a comprender que la alabanza debe surgir del corazón, no solo de los labios. En Isaías 29:13, Dios reprendió al pueblo porque lo honraban con los labios, pero su corazón estaba lejos de Él. El salmista tiene claro que la alabanza verdadera proviene del interior, de un espíritu rendido y sincero delante del Señor.

Alabaré a Dios con mi vida

“Alabaré a Jehová en mi vida” no es simplemente una declaración bonita, sino un compromiso. Alabar con la vida implica obediencia, santidad, fidelidad y perseverancia. No se trata solo de cantar, sino de vivir de manera que nuestras acciones glorifiquen el nombre de Dios. El salmista reconoce que la alabanza no es un evento ocasional, sino un estilo de vida continuo, sin importar la circunstancia.

¿Seremos capaces de alabar a Dios aun en medio de las pruebas? La historia cristiana nos muestra ejemplos de hombres y mujeres que alabaron a Dios en medio del dolor. Uno de esos ejemplos es Juan Huss, quien murió en la hoguera por enseñar la verdad del Evangelio. Se cuenta que mientras las llamas lo rodeaban, cantaba himnos al Señor y declaró:

«Por ese Evangelio estoy yo aquí, y estoy aquí con valor y alegría, listo para sufrir esta muerte. Lo que enseñé con mi boca, ahora lo sellaré con mi sangre».

Este testimonio revela lo que implica alabar a Dios con la vida: fidelidad hasta el final, amor profundo por Cristo, y una convicción firme de que Él es digno, aun cuando cueste todo. Tal alabanza no se basa en emociones pasajeras, sino en una fe arraigada.

Una alabanza constante y sincera

El salmo continúa diciendo: “Cantaré salmos a mi Dios mientras viva”. Es decir, mientras haya aliento en nosotros, la alabanza debe permanecer. No depende de la salud, de la economía ni del ánimo. La alabanza genuina reconoce que Dios es bueno, justo y misericordioso, aun cuando no entendamos todo lo que ocurre.

Alabar no es solo cantar; es reconocer quién es Dios, agradecer sus obras y vivir en obediencia. No debemos alabar solo cuando todo va bien, sino también en el dolor, como Job que dijo: “Jehová dio, Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito”. Dios se agrada de la alabanza sincera que brota del corazón humilde y dependiente.

Por lo tanto, amados hermanos, que este salmo nos inspire a alabar a Dios con todo nuestro ser. Que nuestras palabras, pensamientos y acciones honren su nombre. Que Él nos dé fuerzas para adorarle en la enfermedad y en la salud, en la alegría y en la tristeza, sabiendo que nuestra alabanza no es en vano, porque Dios es digno hoy y por toda la eternidad.

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Versos que nos muestran la importancia de la alabanza III
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