Existen miles de artistas “cristianos” que, con buena intención, componen una gran cantidad de canciones. Las iglesias locales, buscando enriquecer sus cultos, suelen reproducir muchas de ellas. Esto en sí no está mal; la música es un lenguaje universal que Dios puede usar para tocar los corazones. Sin embargo, hay ciertos detalles que debemos examinar como iglesia antes de adoptar una canción para nuestro tiempo de adoración congregacional. La responsabilidad de quienes ministran con la música es muy grande, pues lo que se canta puede edificar o desviar la atención del verdadero propósito: glorificar al Señor.
Con frecuencia, la gente elige una canción por lo hermoso que suena el piano, la fuerza de la batería o lo conmovedor de la voz del cantante. Nos dejamos llevar por la emoción estética y olvidamos que la esencia de la música cristiana no está en la melodía, sino en su contenido espiritual y doctrinal. Por esa razón, compartimos tres principios fundamentales que debemos considerar antes de escoger una canción para escuchar o cantar en la iglesia.
1. Que sea didáctica
Los salmos son el mejor ejemplo de lo que una canción cristiana debe ser: enseñanza, exhortación y adoración. Cada salmo nos instruye en aspectos como la confianza en Dios, el arrepentimiento, la gratitud, la soberanía divina y la esperanza en medio de la aflicción. Por eso, toda canción que se cante en la congregación debe comunicar una enseñanza bíblica que edifique al oyente y lo conduzca a una vida más santa. Una música que no enseña, que no confronta el pecado ni exalta a Dios, se convierte en simple entretenimiento religioso.
Tristemente, en muchas iglesias se cantan himnos o canciones modernas que no aportan enseñanza alguna. Sus letras repiten frases sin sentido o mensajes centrados en las emociones humanas. Cantar sin discernimiento puede hacernos partícipes de algo superficial. El creyente maduro debe procurar que su adoración tenga contenido y propósito, porque lo que entonamos moldea también lo que creemos.
2. Que sea bíblica
Algunos se preguntan: “¿Debe el cantante cristiano estudiar teología?” La respuesta es sí. No es necesario que sea un académico, pero sí debe conocer la Palabra de Dios. La música cristiana no debe ser guiada por la popularidad o la creatividad emocional, sino por la verdad de las Escrituras. El compositor que desconoce la Biblia corre el riesgo de escribir canciones con frases erróneas o fuera de contexto. Y si la iglesia no discierne, esas letras pueden introducir ideas antibíblicas en la mente de los creyentes.
Existen muchas canciones que, aunque suenen espirituales, sacan de contexto la Escritura o distorsionan el mensaje del evangelio. Por eso, el ministerio de la música debe someterse al mismo filtro que la predicación: la fidelidad a la Palabra. Una letra que exalta al hombre, que promete prosperidad o que reemplaza a Cristo por las emociones, no puede ser considerada adoración genuina.
3. Que glorifique a Dios
El propósito final de toda música cristiana debe ser glorificar a Dios. Si nuestra canción es bíblica, su fruto natural será la adoración. No cantamos para sentirnos bien ni para destacar al artista, sino para exaltar la grandeza de nuestro Salvador. Hoy abundan canciones que apenas mencionan a Cristo o que se centran en las luchas personales, dejando a Dios en segundo plano. Sin embargo, el salmista David siempre dirigió su música hacia el Señor, reconociendo Su santidad y majestad. Él sabía que la verdadera alabanza nace de un corazón rendido, no de un escenario iluminado.
La iglesia no debe coleccionar canciones por su belleza musical o por la fama de quien las canta. Cada letra que entonemos debe pasar por la prueba de la Palabra y del propósito: ¿glorifica esto al Señor? Si la respuesta es sí, entonces cantémosla con todo el corazón. Si no, descartémosla sin miedo. Porque cantar no es solo arte; es teología puesta en melodía.
12 a fin de que nosotros, que fuimos los primeros en esperar en Cristo, seamos para alabanza de su gloria.
Efesios 1:12— La Biblia de las Américas (LBLA)
Fuimos creados con el fin de glorificar al eterno Dios. Que nuestras canciones sean un eco de esa verdad, instrumentos que enseñen, afirmen la doctrina y exalten a Cristo por encima de todo. Solo así la música cristiana cumplirá su propósito divino: llevarnos a una adoración verdadera que transforme vidas para la gloria de Dios.