Cantemos al Señor porque solamente en Él podremos tener todo lo mejor, nuestras sanidades vienen de nuestro Dios poderoso, y por eso debemos alabarle porque Él ha sido bueno con todos nosotros.
Nuestras tristezas fueron cambiadas por gozos del Señor, nuestros caminos comenzaron a ser rectos delante de Dios, nos sacó de las tinieblas hacia la luz, ¿cómo no adorar Su bendito y glorioso nombre? Por eso alabemos Su Santo Nombre, Dios vive y reina para siempre.
No dejemos de adorar y dar gracias a nuestro Dios, porque Su misericordia nos sostiene cada día, de Él viene esa paz que corre por todo nuestro interior, trayendo calma ante la tempestad que viene a nuestro frente. A Dios sea la gloria por los siglos, Amén.
De Dios viene esta alegría que tanto necesitamos en todo tiempo, esta viene de lo alto y es enviada por nuestro Padre celestial. Adoremos cada día el nombre de Aquel que nos ha sostenido, nuestro Dios grande y poderoso.
La alegría de nuestro Dios es nuestra fortaleza.
Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.
1 Corintios 13:13
Este versículo habla de este amor tan maravilloso que obtenemos, pero, ¿de quién lo hemos obtenido? De nuestro Dios que es maravilloso, que convierte caminos peligrosos en caminos seguros y llenos de luz cuando hay tinieblas. Este es nuestro Dios. Por eso este autor nos habla de acerca de la fe, la esperanza, y del amor y nos dice que el más grande de ellos es el amor.
La alegría de nuestro Dios es nuestra fortaleza. Alabemos a Dios para siempre, honremos Su Nombre.
El amor de Dios es una fuente que nunca se agota, un manantial que corre constantemente hacia aquellos que le buscan con corazón sincero. Cuando cantamos al Señor, no lo hacemos solo por costumbre, sino porque reconocemos que Él es la razón de nuestra existencia, la causa de nuestras victorias y el refugio en nuestras pruebas. Cada alabanza que sale de nuestros labios es una muestra de agradecimiento por Su fidelidad y Su bondad.
Recordemos que cuando todo parece oscuro y sin salida, el Señor sigue obrando en lo invisible, preparando caminos nuevos donde antes solo había desierto. Su alegría es la que llena nuestras almas y nos da fuerzas para continuar. Esa fortaleza que viene de Dios no se compra ni se consigue con esfuerzo humano, sino que es un regalo divino que se manifiesta en el corazón que confía plenamente en Él.
La fe nos enseña a esperar en los momentos difíciles, la esperanza nos mantiene firmes cuando el panorama parece incierto, y el amor, el más grande de todos, nos impulsa a vivir con gratitud, a servir y a perdonar como Cristo lo hizo. Cuando comprendemos la magnitud de este amor, nuestro corazón no puede permanecer en silencio, sino que se llena de cánticos nuevos, de palabras de adoración y de gozo eterno.
Por eso, cada día es una nueva oportunidad para reconocer la grandeza de Dios, para darle gracias por su cuidado constante. Él ha sido nuestro escudo, nuestra roca firme, y aunque el mundo cambie, Su amor permanece inmutable. Nada puede separarnos de Su presencia ni de Su misericordia, porque Su fidelidad es eterna.
Alabemos a Dios con todo el corazón, con nuestras palabras, con nuestras acciones y con nuestro testimonio. Que cada paso que demos refleje Su gloria y Su amor. Él merece toda alabanza, toda honra y todo reconocimiento, porque ha sido bueno con nosotros. Que la fe, la esperanza y el amor permanezcan siempre en nuestras vidas, pero que el amor, ese amor que proviene de Dios, sea el centro de todo lo que hacemos.