Que todas las naciones proclamen y canten alabanzas al Señor

Que todos los reinos de la tierra se postren delante de Aquel que es poderoso, que alabe al Señor todo ser viviente. Todos alaben el nombre del Dios omnipotente.

Oh naciones todas, pueblos todos, alaben al Creador de todas las cosas, al que mora en las alturas de los cielos, sea la gloria, el imperio y la alabanza por los siglos de los siglos, porque poderoso es Él, digno de ser exaltado por toda la humanidad, no hay nadie como Él. Canten, alaben al Señor.

Sólo Tú eres digno Señor, todas las naciones deben engrandecer Tu glorioso Nombre, Nombre que es sobre todo nombre, seas exaltado, seas glorificado, honor y alabanzas sean a Ti.

En el salmo 117 encontramos un poderoso mandato que nos habla acerca de la grandeza de Dios:

1 Alabad a Jehová, naciones todas; Pueblos todos, alabadle.

2 Porque ha engrandecido sobre nosotros su misericordia, Y la fidelidad de Jehová es para siempre. Aleluya.

Salmos 117:1-2

El verso 1 nos manda claramente a todas las naciones del mundo a alabar a nuestro Dios. Todas las naciones deben glorificar el nombre de Dios.

Y esto es porque Su fidelidad es grande y para siempre. Naciones, pueblos, pues no olviden que todos debemos alabar el Nombre de Dios.

El salmo 117, aunque es uno de los capítulos más cortos de toda la Biblia, encierra un mensaje profundo y universal. Nos enseña que la adoración a Dios no se limita a un pueblo o una cultura, sino que abarca a toda la humanidad. En cada rincón del planeta, desde los montes más altos hasta las islas más pequeñas, la creación entera está llamada a exaltar al Señor. Este llamado a la alabanza nos recuerda que no existe frontera ni idioma que pueda limitar el poder de Su gloria.

La fidelidad de Dios es constante, y Su misericordia es el motivo principal por el cual debemos elevar cánticos de gratitud. Cada amanecer es una muestra de Su bondad, cada respiración es una oportunidad para reconocer que sin Él nada somos. Las naciones deben unirse en un mismo clamor de adoración, porque todos dependemos del mismo Creador que sostiene la tierra con Su palabra.

Al meditar en este salmo, comprendemos que alabar a Dios no es solo un acto de palabras, sino una expresión de vida. Adorarle implica obedecerle, reconocer Su soberanía y vivir conforme a Su voluntad. Cuando un corazón agradecido se rinde ante Él, la alabanza se convierte en un testimonio vivo de Su grandeza. Por eso, cada persona, cada pueblo y cada nación están invitados a rendirle gloria al Dios eterno.

El Señor merece toda honra y adoración, porque Su amor ha sido manifestado desde la creación del mundo. Nos escogió, nos llamó y nos ha mostrado Su fidelidad generación tras generación. Por eso, en medio de nuestras luchas y victorias, debemos recordar que Él sigue siendo digno. No importa el idioma, la cultura o el lugar, Su Nombre debe ser proclamado con alegría.

Así como el salmista lo expresó, elevemos nuestras voces y proclamemos: “Aleluya, gloria al Dios de nuestra salvación”. Que esta verdad retumbe en cada corazón, que las naciones reconozcan que no hay otro Dios fuera de Él. Que la tierra entera declare Su grandeza y que cada día nuestras vidas sean un canto continuo de adoración al Todopoderoso.

Al final, todo lo creado se unirá en un solo coro celestial para adorar al Rey eterno. Ese día, cada lengua confesará que Jesucristo es el Señor, y toda rodilla se doblará ante Su majestad. Mientras ese día llega, sigamos alabando aquí en la tierra, proclamando Su fidelidad y Su amor que nunca fallan. ¡A Él sea la gloria, la honra y la alabanza por los siglos de los siglos!

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Alabaré a mi Señor porque Su Nombre es sobre todo nombre
Una alabanza que cambia el corazón y fortalece al alma afligida

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