Vemos lo hermoso de la creación que nos rodea: el cielo azul, las montañas majestuosas, el canto de las aves, el brillo de las estrellas y la inmensidad del mar. Sin embargo, muchas veces nos olvidamos de agradecer al Creador de todas estas cosas. Todo lo que admiramos fue hecho por Él, para que pudiéramos disfrutar de Su grandeza y Su amor reflejados en cada detalle de la naturaleza. Cada día deberíamos levantar nuestras manos en señal de gratitud y alabanza al Creador, reconociendo que nada de lo que existe es fruto del azar, sino de la sabiduría y el poder de Dios.
Dios es el autor de todo lo visible e invisible. Con Su palabra dio forma al universo y estableció las leyes que lo sostienen. Él habló, y las cosas comenzaron a existir; mandó, y todo se hizo conforme a Su voluntad. Cada elemento del cosmos obedece Su voz: la tierra, los mares, el viento y las estaciones. Nada escapa a Su control. Por eso, debemos alabar Su nombre, porque todo lo creado proclama Su grandeza. El orden, la belleza y la armonía del mundo son testimonio vivo de Su poder eterno. Demos gloria a Dios por Su sabiduría, que hizo de este planeta un hogar lleno de vida y propósito. Él no solo creó, sino que también sustenta todo lo que existe con Su mano poderosa.
Al contemplar el firmamento y las obras de Sus manos, entendemos por qué los salmos declaran que “los cielos cuentan la gloria de Dios”. Cada amanecer es un recordatorio de Su fidelidad; cada puesta de sol anuncia Su bondad. El aire que respiramos, las flores que embellecen la tierra y el ciclo de la vida son evidencia de Su cuidado constante. Toda la creación, desde el más pequeño insecto hasta las galaxias más lejanas, tiene una sola voz que proclama: “Dios es digno de alabanza”. Él ordenó la existencia con precisión y propósito, y cada detalle de la naturaleza refleja Su carácter: majestuoso, perfecto y lleno de amor.
La tierra escucha Su voz y tiembla; el mar oye Su mandato y se aquieta; el sol obedece Su palabra y marca los tiempos; la luna y las estrellas cumplen Su propósito al iluminar la noche. ¡Qué poder tan grande tiene nuestro Dios! Él controla los elementos, gobierna los cielos y sostiene la creación con Su autoridad suprema. No hay fuerza ni reino que se compare con el dominio del Altísimo. Cuando la naturaleza se estremece, no es por casualidad, sino porque responde al mandato del Creador. Este es el Dios al que servimos, el Dios que sostiene la vida y mantiene el universo en equilibrio. A Él sea la gloria y la alabanza por los siglos.
1 Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
2 Un día emite palabra a otro día, Y una noche a otra noche declara sabiduría.
3 No hay lenguaje, ni palabras, Ni es oída su voz.
4 Por toda la tierra salió su voz, Y hasta el extremo del mundo sus palabras. En ellos puso tabernáculo para el sol;
Salmos 19:1-4
Este pasaje del Salmo 19 nos recuerda que la creación entera es un mensaje constante de la grandeza de Dios. No necesita palabras para hablar; su belleza y su orden son suficientes para testificar que existe un Creador. Cada día, sin cesar, la naturaleza emite una alabanza silenciosa al Dios Todopoderoso. Aunque muchos ignoran Su voz, Su gloria se extiende por toda la tierra y es imposible negarla. Cuando miramos al cielo o contemplamos la vastedad del mar, deberíamos sentir reverencia por Aquel que hizo todo con propósito y perfección.
Por tanto, alabemos a nuestro Dios sobre todas las cosas. Él es quien controla el universo y sostiene la vida. Todo le pertenece, y toda la creación está sujeta a Su autoridad. Los truenos proclaman Su poder, las olas del mar obedecen Su voz, y el viento lleva Su nombre por los confines del mundo. Él es digno de recibir toda gloria, toda alabanza y toda honra, ahora y siempre. Que cada criatura, desde la más grande hasta la más pequeña, se una al coro eterno que proclama: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso”.
Que todo lo creado se una en adoración a Dios. El firmamento obedece Su voz, los ríos siguen Su curso, y la naturaleza entera se inclina ante Su majestad. Si la creación entera le adora, ¿cuánto más nosotros, los seres humanos, hechos a Su imagen? Postrémonos delante de Él en humildad y gratitud, y proclamemos con todo el corazón: “Alabado sea el Creador de los cielos y de la tierra, porque Su poder y Su amor permanecen para siempre”.