Con cánticos de alabanzas vendré delante de mi Señor, le adoraré y exaltaré su Santo y bendito nombre. Con mi corazón daré cosas buenas para Dios, porque no hay mejor ofrenda que aquella que nace del alma agradecida. Mi boca y mi corazón estarán dispuestos a rendir toda adoración a Dios, no de labios solamente, sino de lo más profundo de mi ser. Él conoce mi vida, mis pensamientos, mis lágrimas y mis alegrías, y aun así me recibe con amor cuando decido honrarle.
Ante su presencia y majestad le exaltaré, pronunciaré Su Palabra y Su gloria por todas las naciones, para que todo ser se rinda delante de Él y pueda dar alabanzas al Dios Todopoderoso. Que mis palabras no se queden en silencio, que mi voz no se apague, sino que anuncie que Dios vive y reina. Él es digno de que todos los pueblos le conozcan, de que las generaciones presentes y futuras sepan que sólo Él es Dios.
Daré alabanzas de mi corazón con regocijo, porque en Su presencia hay plenitud de gozo. Cuando el alma se derrama delante de Él, no hay lugar para la tristeza permanente, pues Su paz nos abraza y Su amor nos fortalece. Todo lo que salga de nosotros sea con regocijo para nuestro Dios. Él es quien nos viste de alegría, quien cambia nuestro lamento en baile y coloca sobre nosotros su victoria. Por eso alabemos Su Santo Nombre, no por obligación, sino por convicción y gratitud.
Me gozaré en el Señor y sólo a Él daré mi mejor alabanza. No cantaré a los hombres para recibir aplausos, sino a Dios que ve en lo secreto y recompensa en lo público. Solo a Dios daré cántico nuevo y mi boca no callará delante de Él, porque sus obras son maravillosas y su poder y su amor nos sostienen. ¡Oh, demos gracias a Dios por este hecho! Por la maravilla de ser llamados sus hijos, por tener entrada a Su presencia y ser cubiertos con Su gracia.
En la antigüedad muchos reconocieron la gloria de Dios. Patriarcas, reyes, profetas y personas comunes pudieron ver los hechos poderosos del Señor. Vieron mares abrirse, murallas caer, ejércitos vencidos sin necesidad de espadas, simplemente porque Dios peleó por ellos. Vieron el fuego descender del cielo, el sol detener su curso, el maná caer en el desierto, y los cielos declarando la gloria del Creador. Este es el mismo Dios poderoso y sublime que merece toda la gloria y la honra en este tiempo y por los siglos.
1 Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra.
2 Servid a Jehová con alegría; Venid ante su presencia con regocijo.
Salmos 100:1-2
Los versos anteriores nos llaman a alabar a Dios con alegría, a no acercarnos a Él con rostros caídos, sino conscientes de que estamos delante del Rey de reyes que nos ama. Nos invitan a cantar con el corazón, a servirle con gozo, a entender que la adoración no es sólo una canción, sino una vida rendida a Su voluntad.
Seamos gratos delante de Dios, en armonía demos cánticos a Su Nombre. Que todos los días Su alabanza esté en nuestras bocas, no solamente en tiempos de paz, sino también en medio de la tormenta. Dios es grande y poderoso. Su misericordia no cambia, Su amor es eterno y Su fidelidad permanece por todas las generaciones.
Sirvamos a Él con todo el corazón, con toda el alma y con todas nuestras fuerzas, sabiendo que Él es digno. Que nuestros corazones siempre estén dispuestos a alabar y exaltar a nuestro Dios. Aun si las lágrimas aparecen, aun si el cansancio toca a la puerta, recordemos que Él es bueno, que su misericordia es nueva cada mañana, y que a quienes le buscan no les faltará Su presencia. Por eso, con cánticos, con palabras o en silencio reverente, adoremos a nuestro Dios eternamente. Amén.