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Ahora canto porque Cristo vive en mí, y vivo porque Cristo vive en mí

Dios ha cambiado mi lamento en baile y me ha ceñido de alegría. Él transformó mi tristeza en gozo, mi dolor en esperanza y el silencio de mi corazón en cánticos de adoración. Por Él vivo, y vivo para adorarle. Mientras tenga aliento y vida en mi ser, levantaré mi voz para honrar Su nombre. No cantaré para la gloria de los hombres, sino para el Dios que me levantó cuando estaba caído. Solo a Él dedicaré mis alabanzas, porque Él es merecedor de todo honor, gloria y reconocimiento.

La honra, la gloria, el poder y la majestad pertenecen únicamente a Dios. Vivo gozoso porque Su gozo me alcanzó cuando todo parecía perdido, porque Su paz llenó mi alma cuando el miedo me rodeaba. Solo a mi Dios elevo mis cánticos; mis alabanzas suben a Su trono y adornan los cielos, pues Dios se deleita cuando Su pueblo le adora de corazón. No hay nada más hermoso que saber que el Creador del universo escucha mi voz y recibe con amor lo que canto para Él.

Canta, canta al Señor. Si hoy respiras, es por Él. Si caminas, es por Él. Si tienes fuerza para levantarte cada mañana, es porque Dios ha tenido misericordia. Cada cosa que haces en tu día a día se debe a que Dios lo permite. Todo lo que tienes, lo que eres y lo que logres, proviene de la mano bondadosa de Dios. Por eso, demos gracias y elevemos cánticos a Su nombre grande, sublime y verdadero. No dejemos que la rutina o las preocupaciones nos roben el gozo de adorar.

Has cambiado mi lamento en baile; Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría.

Salmos 30:11

Este salmo fue escrito por David como una expresión de gratitud por la liberación que Dios le concedió. David había sufrido, había llorado y había enfrentado la angustia, pero Dios lo libró y lo fortaleció. Por eso él dice: “Has cambiado mi lamento en baile” y “me ceñiste de alegría”. Estas frases expresan que solo Dios puede transformar lo profundo del corazón humano. Él puede convertir el dolor más oscuro en una danza de libertad y el llanto más amargo en ríos de gozo.

Cuando entendemos esta verdad, también comprendemos que todo en nuestra vida depende de Dios. Si vivimos, es por Él; si caminamos, es por Él; si respiramos, es porque Su misericordia aún nos sostiene. No somos autosuficientes, dependemos totalmente del Señor. Él es quien abre puertas, quien consuela, quien guía, quien restaura. A Él debemos todo: la vida, la paz, la salvación y la esperanza eterna. Por eso, este artículo nos invita a recordar que si estamos de pie, es porque Dios ha sido bueno.

No dudemos. Demos alabanzas a Dios que salgan de lo más profundo del corazón. Él no merece una adoración superficial o indiferente. Él merece lo mejor de nosotros: palabras sinceras, manos levantadas, corazones rendidos y vidas entregadas a Su voluntad. No se trata solo de cantar por cantar, sino de adorar con entendimiento, con gratitud y con reverencia a Aquel que nos salvó.

Cantemos alegres ante Él, aun en medio de las pruebas. Porque adorar no depende de las emociones, sino del reconocimiento de quién es Dios. Aunque haya lágrimas, aunque haya dolor, Él sigue siendo digno. Y cuando le cantamos en medio del quebranto, Él nos cambia el lamento en baile, nos ciñe de alegría y derrama Su presencia como bálsamo sobre el alma. Que nuestra vida entera sea una canción para Dios, un testimonio vivo de que Él transforma, restaura y da un propósito nuevo.

Así que, mientras tengamos vida, adoremos. Que nuestro corazón declare: “Vivo por Él, respiro por Él y cantaré para Él”. Porque solo Dios merece la gloria hoy y por la eternidad. Amén.

Con mi boca dirijo mi canto a Ti Señor
Cantemos el Salmo 84 en medio de estos tiempos difíciles
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