Las alabanzas para nuestro Dios no deben apagarse nunca, porque donde quiera que estemos podemos glorificar Su nombre y bendecirle por siempre. No hay límites ni paredes que puedan encerrar una verdadera adoración. Alabar, cantar y exaltar a Dios transforma el corazón, ilumina el día y disipa los obstáculos que el enemigo intenta poner en nuestro camino. La alabanza abre paso a la fe, fortalece el alma y nos recuerda que Dios está presente aun en medio de las batallas.
Cuando alabamos a Dios, nuestro entorno cambia. No solo nuestro corazón es renovado, sino que también las personas que están a nuestro alrededor pueden ser impactadas. A través de nuestro cántico, otros pueden conocer las maravillas del Señor. Hay personas que atraviesan momentos difíciles, y tal vez nunca escucharían un sermón, pero sí pueden escuchar una canción nacida de un corazón agradecido. Esa alabanza puede contagiar fe, esperanza y consuelo, y motivarlos a unirse en adoración.
No hay nada más hermoso que cantar al Señor, no solo cuando la victoria ha llegado, sino también antes de verla manifestarse. Cantar antes de la victoria es una expresión de fe genuina, porque confiamos en que Dios es quien peleará por nosotros. No olvidemos que las victorias no provienen de nuestra fuerza, sino del Señor. Por eso, cantemos en todo lugar, en todo tiempo, porque no sabemos en qué momento ni dónde Dios manifestará Su victoria sobre nuestras vidas.
El pueblo de Israel es un ejemplo de esto. Ellos no cantaron cuando aún estaban en Egipto. La verdadera alabanza brotó cuando cruzaron el Mar Rojo en seco, cuando vieron que Dios había derrotado completamente al ejército de Faraón. Esa fue la victoria que Dios les dio, y en respuesta a Su poder, todo el pueblo entonó un cántico de gratitud, reconociendo que solo Dios los había salvado.
1 Entonces cantó Moisés y los hijos de Israel este cántico a Jehová, y dijeron:
Cantaré yo a Jehová, porque se ha magnificado grandemente;
Ha echado en el mar al caballo y al jinete.2 Jehová es mi fortaleza y mi cántico,
Y ha sido mi salvación.
Este es mi Dios, y lo alabaré;
Dios de mi padre, y lo enalteceré.3 Jehová es varón de guerra;
Jehová es su nombre.4 Echó en el mar los carros de Faraón y su ejército;
Y sus capitanes escogidos fueron hundidos en el Mar Rojo.5 Los abismos los cubrieron;
Descendieron a las profundidades como piedra.Éxodo 15:1-5
Después de cruzar el mar, el pueblo de Israel comprendió que la victoria había sido concedida por Dios. Ya no había enemigo detrás de ellos, el peligro había terminado, y la libertad era una realidad. En ese momento, Moisés y los hijos de Israel cantaron con gratitud, expresando confianza en el poder de Jehová. Sus voces se unieron en una alabanza colectiva, reconociendo que Dios era su salvación, su fuerza y su libertador.
De esa misma manera, nosotros también debemos cantar al Señor. Con el corazón, con alegría, y con una fe firme en que nuestras victorias están en manos del Dios Todopoderoso. No esperemos a ver el milagro para adorar, sino adoremos mientras caminamos, aunque todavía veamos el mar delante de nosotros. Dios sigue siendo el mismo que abrió el Mar Rojo, el que pelea por su pueblo y el que merece toda alabanza.
Cantemos al Dios que nos sostiene, que nos da fuerzas y que jamás nos dejará. Que nuestra vida entera sea un cántico de gratitud, porque grandes cosas ha hecho el Señor. Amén.