Algo que debemos recordar cada día es qué tan cerca estamos de Dios. Nuestra cercanía con Él no debe ser algo ocasional, ni limitada a los momentos de necesidad, sino una búsqueda constante y sincera. Cuando nos acercamos más a Dios, nuestro entendimiento se aclara, nuestra fe se fortalece y aquello que antes no comprendíamos comienza a tener sentido. Dios es misericordioso y se revela a aquellos que lo buscan con un corazón humilde y dispuesto. Vivir cerca de Él transforma nuestra manera de pensar, de sentir y de enfrentar las dificultades.
Cuando elevamos cantos al Señor, nuestro espíritu recibe alivio. La alabanza no es solo música o palabras bonitas, es un acto de entrega en el que nuestro ser descansa en Dios. Al cantar, nuestra alma se libera de cargas, nuestras preocupaciones se desvanecen y recibimos nuevas fuerzas de parte del Padre celestial. Por eso, debemos ofrecerle alabanza solo a Él, quien es nuestro Rey, refugio eterno y fuente de vida. La alabanza sincera no depende de nuestras emociones, sino de quién es Dios y de lo que Él ha hecho en nuestras vidas.
Nuestros corazones deben estar rendidos delante de Dios, reconociendo Su gloria, majestad y honra. Cuando los cánticos nacen de lo más profundo del alma, las aflicciones comienzan a desvanecerse, porque no hay tristeza que permanezca donde Dios habita. Cuando cantamos de Su nombre, la alegría llega, la tristeza se va, y el gozo del Señor se convierte en nuestra fuerza diaria.
No mires tus problemas, no te enfoques en lo débil que te sientas espiritualmente. Canta en el nombre de Jesús, porque muchas cosas pueden cambiar cuando decides adorar en medio de las dificultades. La alabanza es un acto de fe que abre puertas, fortalece el corazón y nos recuerda que Dios sigue sentado en Su trono, gobernando con poder y justicia.
Por eso es importante mantener una vida devocional constante. Orar, leer la Palabra y adorar cada día nos ayuda a mantenernos firmes. Una vida cerca de Dios es una vida con propósito, llena de paz, esperanza y dirección. La Palabra de Dios es lámpara a nuestros pies y luz para nuestro camino; sin ella, el corazón se enfría y perdemos el rumbo fácilmente.
Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre.
Salmos 103:1
¿Por qué no cantar maravillados al nombre de Dios, si Él ha sido y seguirá siendo bueno? Dondequiera que estemos, Él nos cuida, nos protege y nos guarda bajo Sus alas. Él ha sido fiel aun cuando nosotros hemos sido infieles, por eso nuestra gratitud debe ser constante.
Debemos ofrecer lo mejor de nuestro corazón, como lo hacía el salmista David cuando ordenaba a su alma alabar a Dios. No se trataba de emociones pasajeras, sino de una decisión consciente de honrar al Señor. Así también nosotros debemos ordenar a nuestra alma a alabar, incluso cuando no entendamos todo lo que estamos viviendo.
No te enfoques en tus errores ni en las dificultades que te rodean. Recuerda que Dios está al frente de todo, que Él te ayudará, te sostendrá y te dará la paz que necesitas. En los momentos más difíciles, alaba. En medio de las pruebas, canta solo a Él, porque Dios es fuerte, glorioso y nunca falla.
Sea llena mi boca de tu alabanza, de tu gloria todo el día.
Salmos 71:8
Nunca descuides tu vida devocional. Mantén viva tu relación con Dios, desecha los pensamientos que no provienen de Él y confía en que Su presencia te acompaña. La alabanza no es solo un acto público, también es una actitud del corazón en lo secreto. Canta, adora y gózate en la hermosura del Señor, porque Él es digno de toda exaltación.
Que cada día, sin importar las circunstancias, podamos decir con confianza: “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca”. Que nuestras vidas sean un reflejo de gratitud y adoración al Dios que nos salvó, nos guarda y nos llevará un día a Su presencia eterna. Amén.
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