Todos tenemos planes en la vida, sueños por cumplir y decisiones que tomar, pero no siempre elegimos correctamente. Esto ocurre porque somos seres humanos, imperfectos y limitados, incapaces de prever todas las consecuencias de nuestros actos. No somos dioses, y por eso necesitamos la guía de Aquel que todo lo sabe. Partiendo de esa verdad, sería muy sabio que antes de tomar cualquier decisión, por más simple que parezca, busquemos la respuesta en Dios. Solo así tendremos una dirección segura y caminaremos por sendas firmes.
En la vida cristiana no puede haber orgullo ni autosuficiencia. Creer que podemos resolverlo todo con nuestras propias fuerzas es un error que nos conduce al fracaso. Nuestra mayor gloria no está en nuestra capacidad, sino en rendirnos completamente ante la voluntad de Dios. El cristiano maduro reconoce su dependencia total del Señor y comprende que toda sabiduría y entendimiento provienen de Él. Cuanto más nos despojamos de nosotros mismos, más espacio dejamos para que el Espíritu Santo dirija nuestras vidas.
El salmista David entendía muy bien esta necesidad de pedir dirección divina. En momentos de angustia, incertidumbre o peligro, David siempre buscaba la guía del Señor. En una de sus oraciones expresó:
8 Bueno y recto es Jehová; Por tanto, él enseñará a los pecadores el camino.
9 Encaminará a los humildes por el juicio, Y enseñará a los mansos su carrera.
10 Todas las sendas de Jehová son misericordia y verdad, Para los que guardan su pacto y sus testimonios.
Salmos 25:8-10
Estas palabras reflejan una verdad profunda: Dios es bueno y recto, y su deseo es guiarnos por el camino correcto. Pero para que eso ocurra, debemos acercarnos a Él con humildad. David dice que “enseñará a los mansos su carrera”, es decir, a quienes no confían en sí mismos sino que se rinden a la sabiduría de Dios. Solo un corazón manso y obediente puede escuchar la voz del Señor. Él no impone Su dirección; la ofrece a quienes están dispuestos a recibirla.
Debemos recordar que nuestra naturaleza humana está inclinada al error. Somos depravados por el pecado, mientras que Dios es santo, justo y perfecto. Por eso, ¿no es mejor dejar que sea Él quien trace el rumbo de nuestra vida? Confiar en nuestro propio entendimiento es como navegar sin brújula en medio del mar. Pero si dejamos que Su Palabra sea nuestro timón, nunca nos perderemos. En cada paso, Su Espíritu Santo nos guía hacia lo que conviene, incluso cuando no lo comprendemos del todo.
Cuando colocamos nuestras decisiones en manos de Dios, no significa que renunciamos a pensar o planificar, sino que reconocemos que Su voluntad es superior a la nuestra. Él ve el futuro que nosotros no podemos ver. A veces nos cerrará puertas, no para castigarnos, sino para protegernos. Otras veces nos hará esperar, porque está preparando algo mejor. Su tiempo es perfecto, aunque no siempre sea el nuestro.
Por eso, si tienes planes o decisiones importantes por tomar, no los tomes solo. Detente un momento, ora, busca el consejo del Señor. Arrodíllate ante Él y pídele que te muestre el camino correcto. Puede que no te dé una respuesta inmediata, pero Su paz te confirmará que estás bajo Su dirección. Y cuando caminas bajo la voluntad de Dios, no hay tropiezo que te detenga ni tempestad que te desvíe.
La oración, la lectura de Su Palabra y la confianza en Su plan son las herramientas que nos mantienen firmes. Así como David buscó al Señor en cada paso, nosotros también debemos hacerlo. No hay decisión demasiado pequeña ni problema demasiado grande para llevarlo ante el trono de Dios. Cuando le permitimos ser el centro de nuestros planes, todo se alinea conforme a Su propósito eterno.
De manera que, si hoy estás ante una decisión importante, no confíes únicamente en tus pensamientos ni en tus emociones. Ve de rodillas ante el Señor, preséntale tus caminos y espera en Su voluntad. Él te mostrará lo que debes hacer, y cuando obres bajo Su dirección, caminarás con seguridad y paz. “Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:6).