A Ti oh mi Rey doy toda la gloria y la alabanzas porque eres Dios poderoso y maravilloso, por tus buenas obras te alabaré, mientras viva daré mi mejor adoración, aunque esté sin fuerzas entonaré canto nuevo.
Sin Ti mi Dios estaría yo en el polvo de donde fui credo por Ti, pero tú me levantaste y me diste nuevas fuerzas, por eso levanto cada día mis manos y te doy adoración llegue al cielo, que traspase los confines de la tierra y el universo y que por todo lo alto Tu nombre sea enaltecido y glorificado en gran manera.
Cantad a Dios, cantad;
Cantad a nuestro Rey, cantad;Salmos 47:6
Todos los pueblos y todo lo creado por Dios debe rendir alabanzas al único Rey y grande poderoso Dios, no hay otro como Él, que haga que las nubes se muevan, que haga que los cielos truenen, que los mares se embravezcan, que la tierra grite y tiemble en gran manera, solo Dios lo puede hacer todas estas cosas, pues todo fue creado por Él y a Él obedece.
Por eso cada uno de los seres humanos debe dar gloria y alabanza, los animales deben adorar al Señor, todo lo creado que está en el mar y en lo profundo del mar debe dar a Él toda gloria y exaltación por siempre y para siempre.
Y todos juntos entonemos un cántico nuevo, un cántico que ponga el nombre de nuestro Señor en alto, hablando de lo buenas que son sus obras de todo lo que Él ha hecho con nosotros, de su salvación y de su poder que es inmenso, y su misericordia por toda la eternidad. Demos la mejor alabanza al Dios que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Cada día es una oportunidad para rendir homenaje a nuestro Creador. La vida misma es un testimonio de su fidelidad, y cuando levantamos nuestras voces en adoración, declaramos que solo Él es digno de recibir la honra. Aun cuando las circunstancias parecen difíciles o cuando la tristeza quiere tocar nuestro corazón, debemos recordar que la alabanza tiene poder, que abre los cielos y cambia el ambiente espiritual a nuestro alrededor.
El salmista entendía que cantar a Dios no era un simple acto musical, sino una declaración de fe. Cuando decimos “cantaré a mi Rey”, estamos reconociendo que nuestra vida depende de Él, que sin su aliento nada de lo que somos podría sostenerse. Adorar en medio de la prueba es reconocer su soberanía y su amor eterno. Es declarar que aunque falten fuerzas, en Él encontramos nueva vida y esperanza.
También debemos reflexionar en que Dios no busca voces perfectas, sino corazones sinceros. La verdadera adoración no depende de la melodía ni del talento, sino de la entrega total. Cuando cantamos desde lo profundo del alma, nuestro canto sube como incienso agradable delante de su trono. Cada palabra, cada nota, se convierte en una ofrenda viva que agrada a nuestro Señor.
Cantar a Dios es también una forma de testimonio. Cuando otros escuchan nuestras alabanzas, pueden ver la grandeza de Aquel que transforma vidas. Nuestra adoración puede inspirar a otros a buscar al Dios verdadero, el único que salva, sana y restaura. Por eso, no debemos callar, sino proclamar sus maravillas con gozo, para que el mundo entero sepa que Jesús vive y reina con poder.
Que cada respiración sea un canto de gratitud, que cada amanecer nos recuerde que su misericordia es nueva, y que cada paso que demos esté lleno de alabanza. El Dios que hizo el cielo y la tierra merece todo reconocimiento, toda honra y todo nuestro amor. Vivamos con la convicción de que fuimos creados para su gloria y que nada nos separará de su amor. ¡Cantad al Señor, porque su fidelidad es para siempre!