Cuando contemplamos los cielos, el brillo de las estrellas, la luna que alumbra en la noche y el sol que resplandece durante el día, no podemos evitar reconocer que todo ha sido hecho por las manos de Dios. Él habló y todo fue creado. Cada parte de la naturaleza, desde la grandeza de las montañas hasta lo más pequeño e invisible al ojo humano, declara Su poder. Decimos con certeza que Dios es grande y poderoso, porque ningún otro dios, ídolo o figura creada por el hombre tiene la capacidad de dar vida, sostener el universo o mantener el orden perfecto de la creación.
Alabemos Su nombre todo el tiempo; sea exaltado Su nombre en cada momento de nuestra vida. ¿Qué seríamos sin Dios? Estaríamos perdidos, sin rumbo, sin paz y sin esperanza. Él es quien nos sustenta cuando estamos débiles, levanta nuestra cabeza cuando estamos caídos y nos muestra misericordia aun cuando no la merecemos. Por eso, demos gloria a Él, porque sólo Dios es digno de recibir alabanza, honor y adoración.
Por eso, pueblos todos, batid las manos al Dios de Israel. Cantemos solo a Él, hablemos de Sus maravillas y proclamemos las obras hechas por Su mano. Que cada respiración y cada latido de nuestro corazón sea una declaración de gratitud a Dios. Que el nombre de nuestro Dios esté en lo más alto, por los siglos de los siglos.
13 Alaben el nombre de Jehová,
Porque sólo su nombre es enaltecido.
Su gloria es sobre tierra y cielos.
Salmos 148:13
Hagamos cada día lo que nos dice este versículo: exaltemos Su nombre, porque Su gloria cubre la tierra y los cielos. No hay lugar donde Dios no reine ni circunstancia donde Su poder no sea suficiente.
Cuando alabamos a nuestro Dios no perdemos nada. Al contrario, ganamos paz, gozo, consuelo y fortaleza para nuestra alma. No es que Dios nos recompense con riquezas terrenales o con aplausos humanos, sino que el alma es llena de Su presencia. La alabanza abre camino al descanso espiritual, calma el corazón inquieto y recuerda a nuestra alma que Dios sigue en control.
Adorar a Dios es estar seguros. Cuanto más cerca estamos de Él, más confianza sentimos. Invocar Su nombre es reconocer que Él es nuestro refugio, nuestro escudo y nuestra fuerza en medio de la dificultad. La adoración no es solo cantar, es rendirse ante Dios y decirle: “Tú eres digno”.
Sin embargo, debemos cuidar nuestro corazón. A veces alabamos por costumbre, por rutina o simplemente por seguir el momento. Si no estamos dando una alabanza sincera a Dios, es mejor guardar silencio antes que ofrecer palabras vacías. Dios no recibe adoración que no provenga del corazón, porque Él ve más allá de nuestras palabras: observa nuestras intenciones. Todo lo que demos a Dios debe ser con alegría, gozo y sinceridad.
No importa la dificultad que estés enfrentando, no permitas que nada calle tu alabanza. Él es el Dios viviente, el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin. Él sigue siendo Dios en medio del dolor, en medio de la duda o de la incertidumbre.
Así que levantemos nuestras manos y nuestra voz al cielo, y declaremos que el Señor reina. Exaltemos Su nombre en nuestra casa, en la iglesia, en el trabajo y aun en medio de las pruebas. Porque aunque todo cambie, Dios sigue siendo el mismo; Su gloria permanece, Su poder no disminuye y Su amor no falla.