Oh Señor, abre nuestros labios para darte alabanza

El libro de los Salmos está lleno de cánticos maravillosos e inspirados por Dios. Algunos hablan claramente del Mesías que había de venir, otros relatan guerras ganadas, victorias gloriosas o momentos de dolor profundo. Entre estos encontramos también Salmos que expresan arrepentimiento genuino, como el Salmo 51. Este Salmo fue escrito por el rey David después de cometer uno de los pecados más oscuros de su vida: adulterar con Betsabé y ordenar la muerte de su esposo, Urías (2 Samuel 11). ¿Crees que David cometió este pecado y siguió su vida como si nada? Claro que no. Este Salmo es una manifestación clara de un corazón quebrantado, que había guardado silencio por un largo tiempo y que anhelaba que sus labios volvieran a proclamar alabanzas al Dios de misericordia.

Los hijos de Dios también pecamos. Esto no es una excusa para vivir en pecado, pero sí una realidad que la Biblia no oculta. En 1 Juan 2:1 se nos recuerda que, si alguno peca, tenemos abogado para con el Padre: Jesucristo el justo. La diferencia entre el hijo de Dios y el que no lo es radica en cómo responde al pecado. Un verdadero hijo de Dios siente dolor, lucha, se resiste y no puede vivir cómodo en desobediencia. El Espíritu Santo trae convicción, y esa convicción produce un profundo deseo de reconciliación con Dios.

David estaba completamente consciente de su falta. No solo se sentía mal como rey o líder del pueblo de Israel, ni estaba preocupado únicamente por lo que los demás dirían. Su mayor dolor era haber pecado contra Dios mismo. En el versículo 4 del Salmo 51 dice: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos”. Esto nos muestra el corazón de un verdadero adorador: más que preocuparse por su reputación, se duele porque ha deshonrado a su Señor. ¿Cómo te sientes tú cuando pecas? ¿Corres a Dios o intentas esconderte de Él?

David clama al Señor y dice:

Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza.

Salmos 51:15

Él entendía que ni siquiera podía alabar a Dios por sus propias fuerzas. Necesitaba que Dios mismo le devolviera el gozo, limpiara su alma y le permitiera nuevamente cantar. Es necesario que nosotros también hagamos esta oración. Cuando sentimos que no podemos cantar, que no hay fuerzas, que la culpa o la tristeza nos invaden, debemos acudir al Señor y pedirle que abra nuestros labios.

Hay momentos en los que nuestra alma está tan cargada que ninguna palabra de alabanza sale de nuestra boca. Nos sentimos secos espiritualmente, sin fuerzas para orar, leer o cantar. En esos momentos no debemos huir de Dios, sino ir a Él con humildad, confesar nuestra condición y reconocer que dependemos completamente de su gracia. Dios no rechaza al corazón contrito y humillado (Salmo 51:17).

Aunque David era rey de Israel, no usó su posición para excusarse ni para justificarse. No pensó que por ser rey podía encubrir su pecado o seguir adelante sin arrepentirse. Al contrario, se humilló profundamente y reconoció que, sin Dios, no podía seguir. Él sabía que su autoridad, su sabiduría y su fuerza no eran suficientes; necesitaba a Dios para restaurar su alma y para volver a alabar con libertad.

Amados hermanos, también nosotros necesitamos de Dios en todo momento. No importa si somos líderes, servidores o nuevos creyentes; todos dependemos de la gracia del Señor. Por eso debemos orar pidiendo que Dios limpie nuestro corazón, renueve nuestro espíritu y abra nuestros labios para exaltarle.

Que esta sea nuestra oración constante: “Señor, aunque he fallado, aunque a veces me siento débil, abre mis labios. Dame nuevas fuerzas para alabarte, para servirte con gozo y para vivir en obediencia”. Cuando reconocemos nuestra necesidad de Dios, Él se glorifica en nuestra debilidad y transforma nuestro lamento en alabanza.

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