Algo que debemos tener en cuenta a la hora de alabar a Dios, es que debemos alabarlo sin pensar en los beneficios que vamos a obtener, porque Dios ya sabe todo lo que necesitamos. La verdadera adoración nace de un corazón sincero, humilde y agradecido, no de un corazón interesado o movido por lo que pueda recibir. Cuando alabamos solamente esperando algo a cambio, nuestra adoración pierde pureza y se convierte en una búsqueda egoísta. Dios merece ser exaltado simplemente por quien Él es: Santo, Justo, Todopoderoso y digno de suprema alabanza.
Es mejor preocuparnos porque su nombre sea honrado y glorificado día tras día. A veces vemos muchas personas afanadas por recibir un milagro, una respuesta, o aquello que han estado esperando de parte del Señor. Esta desesperación en algunos corazones nace de la falta de confianza en Dios; se enfocan tanto en sus problemas que se olvidan del Dios que tiene el control de todas las cosas. La Biblia nos enseña que Dios cuida de sus hijos, que su provisión es perfecta y que Él nunca llega tarde. Por eso, nuestra prioridad no debe ser lo que necesitamos, sino darle gloria, pues Él se encarga de lo demás.
La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella. Cuando Dios bendice, esa bendición trae paz, gozo, contentamiento y propósito. No es como las bendiciones del mundo que muchas veces producen ansiedad, orgullo o vacío. La bendición de Dios trasciende lo material y llega al alma, porque viene acompañada de su presencia.
Cada día enfoquémonos más en exaltar su glorioso nombre, sin importar los problemas que vengan. Dios siempre debe ser alabado por sus buenas obras, por su poderío y por todo lo que ha hecho en nuestras vidas. Él sostiene el universo con su palabra, mantiene la creación en orden, y aún así se interesa por nosotros. No importa si estamos en la cima o en el valle, en la risa o en el llanto; en todo tiempo Él es digno de recibir alabanza. Que todo lo que está encima de nosotros, debajo de nosotros, y hasta en lo más profundo, adore su santo nombre.
1 Alabad a Jehová desde los cielos;
Alabadle en las alturas.2 Alabadle, vosotros todos sus ángeles;
Alabadle, vosotros todos sus ejércitos.3 Alabadle, sol y luna;
Alabadle, vosotras todas, lucientes estrellas.4 Alabadle, cielos de los cielos,
Y las aguas que están sobre los cielos.5 Alaben el nombre de Jehová;
Porque él mandó, y fueron creados.6 Los hizo ser eternamente y para siempre;
Les puso ley que no será quebrantada.7 Alabad a Jehová desde la tierra,
Los monstruos marinos y todos los abismos;8 El fuego y el granizo, la nieve y el vapor,
El viento de tempestad que ejecuta su palabra;9 Los montes y todos los collados,
El árbol de fruto y todos los cedros;
Salmos 148:1-9
Lo más recomendable es acordarnos de lo bueno que es Dios y no de los problemas que enfrentamos día a día. Él tiene que ser alabado por encima de todo, su nombre debe ser puesto en alto sobre todos los pueblos, así como nos enseña el Salmo 148. Este pasaje no es una sugerencia, es un llamado universal: toda la creación debe adorar a su Creador.
Hagamos esto y nuestras vidas cambiarán. Alabemos su nombre no por los beneficios que obtendremos de Él, sino porque cada día Él renueva sus misericordias sobre nosotros. Cuando ponemos la mirada en Dios y no en nuestras cargas, nuestra perspectiva cambia: lo que antes nos angustiaba ahora se convierte en una oportunidad para confiar y descansar en su voluntad perfecta.
10 La bestia y todo animal,
Reptiles y volátiles;11 Los reyes de la tierra y todos los pueblos,
Los príncipes y todos los jueces de la tierra;12 Los jóvenes y también las doncellas,
Los ancianos y los niños.13 Alaben el nombre de Jehová,
Porque sólo su nombre es enaltecido.
Su gloria es sobre tierra y cielos.14 Él ha exaltado el poderío de su pueblo;
Alábenle todos sus santos, los hijos de Israel,
El pueblo a él cercano.
Aleluya.
Salmos 148:9-14
Claramente, esto es un mandato: que todos sus santos le adoren solo a Él, que exalten su nombre donde quiera que estén. Jóvenes, niños, doncellas, ancianos, príncipes, jueces, reyes y pueblos enteros deben elevar su voz dando gloria, poder y majestad al Dios que vive y reina por los siglos de los siglos. La adoración no es una opción, es una respuesta natural ante la grandeza de Dios.
Por último, recordemos que la alabanza no se trata únicamente de cantar, sino de vivir para Dios. Es obedecer su Palabra, mostrar su amor, servir a los demás, y reconocer que sin Él nada somos. Que cada respiración, cada amanecer y cada latido de nuestro corazón sean motivos suficientes para exaltar al Señor. Que nuestra vida entera se convierta en un altar de adoración continua, donde Cristo siempre sea el centro.