La Biblia o Palabra de Dios nos prohíbe rotundamente adorar a otro ser que no sea Dios. Él es un Dios celoso, no porque sienta inseguridad, sino porque su gloria es perfecta, santa y no puede ser compartida con nada ni nadie. Toda adoración debe salir desde nuestro corazón única y exclusivamente para Dios. Él no comparte su gloria, ni con ángeles, ni con hombres, ni con imágenes ni con ningún otro ser creado.
9 Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios.
10 Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.
Apocalipsis 19:9-10
Es importante destacar que quien hablaba con Juan era un ángel, no Jesús. El versículo 10 dice que Juan se postró ante el ángel para adorarlo, pero el ángel, con respeto y firmeza, le responde: «Mira, no lo hagas». Esto nos enseña que ningún ser creado debe recibir adoración, ni siquiera los ángeles que sirven delante del trono de Dios.
Los ángeles conocen perfectamente los mandamientos de Dios. Ellos saben lo que Dios estableció desde el principio:
4 No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra;
5 No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso…
Éxodo 20:4-5
La respuesta del ángel termina con una orden clara: “Adora a Dios”. Este mandato no es opcional, ni cultural, ni temporal. Es una verdad eterna. Solo Dios es digno de adoración, porque Él es el Creador, el Sustentador de todo, y el Redentor de nuestras almas.
Hoy en día, aunque quizás no nos arrodillamos ante imágenes de oro o estatuas talladas, muchas veces ponemos otras cosas en el lugar que solo pertenece a Dios: el dinero, la fama, los artistas, los predicadores, incluso nuestra propia voluntad. No es necesario inclinarse físicamente para estar adorando algo; basta con darle el primer lugar en nuestros pensamientos, tiempo y corazón.
El apóstol Pablo también advirtió sobre esto cuando dijo que en los últimos tiempos muchos «cambiarían la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador» (Romanos 1:25). Esta realidad sigue vigente. Hay personas que idolatrán ángeles, santos, cantantes cristianos, líderes religiosos o símbolos, olvidando que solo Cristo es digno de honra y gloria.
Por eso, debemos recordar constantemente que la adoración es exclusiva para Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Jesús aceptó adoración porque Él es Dios. Los discípulos lo adoraron (Mateo 14:33), Tomás se postró ante Él diciendo: «¡Señor mío y Dios mío!» (Juan 20:28), y Jesús no lo reprendió porque esa adoración era legítima.
En cambio, los ángeles y los hombres piadosos rechazaron la adoración. Pedro, cuando Cornelio se postró ante él, lo levantó diciendo: «Levántate, pues yo mismo también soy hombre» (Hechos 10:26). Pablo y Bernabé hicieron lo mismo en Listra, rasgando sus vestidos y declarando que solo Dios debía ser adorado.
En conclusión, debemos examinar nuestro corazón y preguntarnos: ¿A quién estoy adorando realmente? ¿A Dios, o a lo que Él me da? Que cada uno de nosotros pueda decir con convicción: “Solo a Dios adoraré, solo a Él serviré, porque solo Él es digno de toda gloria, honra y alabanza”.
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