En una ocasión, cuando Jesús conversaba con la mujer samaritana sobre cuál era el lugar correcto de la adoración, Jesús le dice a ella:
23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.
24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.
Juan 4:23-24
Un verdadero adorador tiene la necesidad de adorar y dar alabanzas a Dios, es un deseo creciente que debe tener un verdadero adorador, dado que fue creado para eso. Como dice Jesús: «Es necesario que le adoren».
En otros artículos hemos escrito sobre la importancia que posee la alabanza, sobre que hemos nacido para adorar a Dios, que ese es nuestro gran propósito y que si de alguna manera hemos perdido ese deseo debemos ir ante Dios y pedirle que nos restaure.
A continuación veremos un ejemplo de lo que se llama un verdadero adorador que entiende que fue creado para alabanza de nuestro Dios:
1 Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía.
2 Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?
3 Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?
4 Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; De cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta.
5 ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.
6 Dios mío, mi alma está abatida en mí; Me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán, Y de los hermonitas, desde el monte de Mizar.
7 Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas; Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí.
8 Pero de día mandará Jehová su misericordia, Y de noche su cántico estará conmigo, Y mi oración al Dios de mi vida.
9 Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?
Salmos 42:1-9
Este gran salmo, posiblemente uno de los más famosos del libro de los Salmos, fue escrito por los hijos de Coré. Ellos se encontraban en el exilio en ese momento, estaban lejos del templo, lejos de la casa de Dios, y en esta oración están expresando su angustia por no estar en la casa de Dios adorándolo y dando alabanza.
Puede ser algo curioso el que estén turbados por estar lejos de la casa de Dios, pero, lo cierto es que no debería sernos curioso esto, porque un verdadero adorador siempre debe sentir deseo de adorar a Dios, siempre debe tener esa necesidad de rendir alabanza a Dios.
Ellos no estaban afligidos porque les faltaba pan, agua o vestimenta, ellos estaban afligidos porque estaban lejos de la casa de Dios.
Oh amados hermanos, ¿cuántos de nosotros nos hemos sentido afligidos por estar lejos de la casa de Dios? Que nuestro deseo por querer adorar a Dios nunca sea menor que el de los hijos de Coré, puesto que hemos nacido para rendir alabanzas a nuestro Dios.
Este pasaje nos recuerda que la adoración genuina no depende del lugar físico donde estemos, sino de la actitud del corazón. Jesús enseñó que los verdaderos adoradores deben hacerlo “en espíritu y en verdad”, lo que significa que la adoración debe ser sincera, espiritual y basada en la verdad de la Palabra de Dios. No se trata de un acto externo o de cumplir con una rutina, sino de una conexión íntima entre el alma del creyente y su Creador.
Cuando adoramos a Dios con sinceridad, estamos reconociendo su grandeza, su poder y su misericordia. Adorar en espíritu es hacerlo movidos por el Espíritu Santo, dejando que Él guíe nuestras palabras, nuestros pensamientos y nuestras acciones. Adorar en verdad implica hacerlo conforme a la voluntad de Dios, recordando quién es Él y lo que ha hecho por nosotros.
En la actualidad, muchos confunden la adoración con la simple emoción del momento o con la música. Sin embargo, la verdadera adoración va más allá del canto; es un estilo de vida que demuestra obediencia, humildad y gratitud. Ser un verdadero adorador es vivir cada día para la gloria de Dios, incluso en medio de las pruebas o de la distancia espiritual.
Así como el ciervo busca desesperadamente el agua para saciar su sed, así debe el creyente buscar la presencia de Dios. Cuando sentimos sequedad espiritual, el remedio no está en las cosas del mundo, sino en volver a la fuente de agua viva que es Cristo. Él es quien llena nuestra alma y nos da nuevas fuerzas para seguir adelante.
Por eso, si sientes que tu deseo de adorar ha disminuido, no te desanimes. Clama al Señor como lo hizo el salmista: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo”. Él escucha las oraciones sinceras y restaura el corazón del que lo busca con humildad. Que cada día nuestra vida sea una expresión de alabanza, no solo con palabras, sino con nuestras acciones, pensamientos y decisiones.
Recordemos siempre que el Padre sigue buscando verdaderos adoradores, hombres y mujeres que, sin importar las circunstancias, adoren con un corazón rendido. Que podamos ser de esos que, aún en medio del desierto o del dolor, levantan sus manos y declaran: “Aun he de alabarle, salvación mía y Dios mío”.
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