¡Oh justos del Señor! Honremos a nuestro Dios con cánticos llenos de gozo, con corazones agradecidos que se postran ante Su majestad. Cantemos de Sus obras buenas y poderosas, aquellas que día tras día se manifiestan en nuestras vidas. Él ha sido fiel en cada estación, en cada prueba, en cada amanecer que nos permite contemplar. Por eso, elevemos alabanzas desde lo más profundo del alma, cánticos puros que broten de un corazón sincero. Alabemos Su nombre, porque Su misericordia nunca falla y Su fidelidad permanece para siempre. Con gran alegría iremos a Su presencia, con voces unidas que proclaman Su grandeza y reconocen Su poder eterno.
Nuestro Dios jamás nos ha desamparado. Él está atento a las súplicas de Sus hijos y escucha el clamor de aquellos que le buscan de todo corazón. En medio de las dificultades, cuando las fuerzas parecen agotarse, Él extiende Su mano poderosa y nos sostiene. Aun cuando el mundo nos dé la espalda, nuestro Dios permanece fiel. ¡Qué maravilloso es poder decir con convicción: “El Señor vive y reina para siempre”! Adoremos Su santo nombre, porque Sus obras son admirables, y Su amor nos envuelve como un manto que nos protege del mal. Que de nuestros labios fluyan cánticos de alabanza y adoración, reconociendo que toda gloria, toda honra y todo poder pertenecen únicamente a Él. A nuestro Dios sea la alabanza por los siglos de los siglos.
El Señor no desampara a los suyos; al contrario, los libra de todo peligro y los guía por sendas de justicia. Él es un Dios atento, que cuida cada detalle de nuestra vida, un Padre amoroso que nos protege aun cuando no lo percibimos. Sus obras son tan grandes que no caben en palabras humanas, y Su misericordia es nueva cada mañana. ¡Qué consuelo tan grande saber que el Dios que creó los cielos y la tierra se preocupa por nosotros! Él es el Altísimo, el que mora en las alturas, pero también habita con los humildes y contritos de corazón. Por eso, debemos agradecer cada día Su cuidado, Su provisión y Su amor sin medida. Nuestro Señor merece la alabanza de toda la tierra, porque no hay otro Dios como Él: omnipotente, santo y lleno de bondad.
25 Joven fui, y he envejecido, Y no he visto justo desamparado, Ni su descendencia que mendigue pan.
26 En todo tiempo tiene misericordia, y presta; Y su descendencia es para bendición.
Salmos 37:25-26
En este precioso pasaje, el rey David da testimonio de la fidelidad de Dios a lo largo de su vida. Declara con plena seguridad que jamás ha visto a un justo abandonado ni a sus hijos mendigando pan. Esta afirmación es una muestra clara de que el Señor cuida de aquellos que le aman y caminan en obediencia. Su provisión es constante, y Su misericordia se extiende de generación en generación. Dios no solo bendice a los justos, sino también a su descendencia, mostrando así que Su favor trasciende el tiempo y se mantiene firme sobre los que confían en Él.
Este es nuestro Dios: fiel, bondadoso y misericordioso. Él no nos abandona en los momentos difíciles, sino que nos da aliento para continuar. Nos cuida cuando dormimos y nos sostiene cuando despertamos. Nos rodea de Su gracia, nos fortalece con Su Espíritu y nos renueva con Su palabra. Por eso, debemos vivir en constante gratitud, sabiendo que en Él tenemos todo lo que necesitamos. Alabemos Su nombre con alegría, celebremos Su fidelidad y compartamos con otros el testimonio de Su amor. Que nuestra vida entera sea un cántico vivo de adoración, proclamando a todos los pueblos que Jehová es bueno y Su misericordia es eterna. Amén.