El beneficio de la adoración

En la adoración hay algo que todavía muchas personas no han entendido. Adorar a nuestro Dios es grande y poderoso y es un privilegio podamos dar nuestras adoraciones, rendir súplicas delante de Él, Él es Dios, cantemos de Su gran gloria y majestad.

La misma Biblia nos habla de que nuestro Dios se mueve en medio de las alabanzas de Su pueblo, es decir, cuando adoramos al Señor, Él está con nosotros y muchas cosas pueden acontecer, porque en medio de esas adoraciones a Dios hay libertad, gozo, paz, y recibimos fortaleza de parte de nuestro Dios. Este es el beneficio de la adoración, así que cantemos cada día para nuestro Dios.

En el salmo 22 encontramos un grito de angustia y a la vez un canto de alabanzas:

1 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?

2 Dios mío, clamo de día, y no respondes; Y de noche, y no hay para mí reposo.

3 Pero tú eres santo, Tú que habitas entre las alabanzas de Israel.

Salmos 22:2-3

El pueblo de Israel a pesar de sus fallas, se humillaba ante el Señor. En la porción que acabamos de leer vemos la súplica de este pueblo ante el Señor, y aunque tuvieran angustias, ellos ofrecían cánticos al Señor, adoraban al Señor ante todas sus dificultades.

El Señor se movía en medio de las alabanzas de este pueblo, ellos se sabían humillar delante de Dios. Dios descendía a su alrededor y se movía en medio de sus alabanzas.

La adoración verdadera nace de un corazón rendido. No se trata solo de cantar o pronunciar palabras hermosas, sino de reconocer que dependemos totalmente de Dios. Cuando adoramos con sinceridad, se rompen cadenas espirituales, se sana el alma herida y se renueva nuestra fe. En ese momento comprendemos que la presencia de Dios es real, palpable y transformadora. No hay mejor lugar que estar delante del Señor, reconociendo Su grandeza y Su poder infinito.

Adorar en medio de la prueba es uno de los actos más poderosos de fe. Muchos personajes bíblicos nos enseñaron este principio: Job adoró después de perderlo todo, Pablo y Silas cantaban himnos en la cárcel, y David escribía salmos aun siendo perseguido. La adoración abre los cielos y cambia el ambiente espiritual. Es en ese instante cuando el corazón se llena de paz y la esperanza renace. No hay adversidad que pueda resistir a un corazón que adora con fe.

Por eso, cada creyente debe procurar que su vida sea una continua adoración. No se limita a un momento en la iglesia, sino que se refleja en nuestra manera de vivir, de actuar y de tratar a los demás. La adoración es una expresión constante de gratitud por todo lo que Dios ha hecho y sigue haciendo. Cuando vivimos adorando, el Señor habita en nosotros y Su presencia se hace notoria en cada paso que damos.

El Señor no busca voces perfectas, sino corazones dispuestos. Él se agrada del alma humilde que reconoce su necesidad y levanta sus manos en señal de entrega. Aun en los momentos más difíciles, cuando parece que el cielo está cerrado, no dejemos de adorar, porque en medio de esa adoración Dios obra de maneras que no imaginamos. Él escucha, restaura y responde a quienes lo buscan con sinceridad.

Recordemos que la adoración es un puente entre nosotros y Dios. Cada alabanza sincera, cada palabra de gratitud, es una semilla que produce fruto eterno. Así como Israel veía la gloria de Dios manifestarse en su adoración, también nosotros podemos experimentar esa misma presencia hoy. Que nuestras casas, nuestros corazones y nuestras iglesias sean lugares donde el Señor habite, donde Su nombre sea exaltado en espíritu y en verdad.

Adoremos, entonces, no solo con los labios, sino con todo el corazón, porque Dios habita en medio de las alabanzas de Su pueblo y donde Él habita, hay libertad, hay paz y hay plenitud. ¡Que toda la gloria sea para nuestro Dios eterno!

...
Daré alabanzas al Señor porque en Él está mi confianza
Cantemos a nuestro Dios porque Su fidelidad es para siempre