Oh, pueblos todos, levantad las manos y alabad al Señor en todo momento. Demos gracia, honra y gloria solo a Él, porque sus maravillas son incontables, porque ha mostrado su poder y ha extendido su misericordia sobre nosotros. Él es quien nos ha sostenido, quien ha puesto su mano sobre nuestras vidas para bendecirnos y defendernos. Cantemos a Dios para siempre, por los siglos de los siglos, porque Él es digno, Él reina y su poder jamás se debilita.
Que todo lo que respira alabe al Señor. Que toda criatura, desde los pequeños insectos hasta las grandes bestias del campo, desde los peces del mar hasta las aves de los cielos, glorifiquen al Dios poderoso. Que las montañas, los ríos, el sol y la luna, y toda obra de sus manos se unan en una sola voz para exaltar Su nombre. No hay lugar donde Su gloria no llegue, ni rincón de la creación donde Su presencia no se manifieste.
El salmo 66 es un recordatorio de lo grande que es nuestro Dios y de lo poderosa que ha sido Su mano para con Su pueblo. Nos habla de Su fidelidad, de cómo sacó a Israel de la esclavitud de Egipto con señales y prodigios para que faraón y todo su ejército supieran quién es Jehová, el Dios verdadero. No fue un simple acto de liberación, sino una demostración de Su poder, Su fidelidad y Su justicia. Un Dios que no abandona a los suyos, sino que pelea por ellos.
4 Toda la tierra te adorará, y cantará a ti; Cantarán a tu nombre. Selah
5 Venid, y ved las obras de Dios, Temible en hechos sobre los hijos de los hombres.
6 Volvió el mar en seco; Por el río pasaron a pie; Allí en él nos alegramos.
7 El señorea con su poder para siempre; Sus ojos atalayan sobre las naciones; Los rebeldes no serán enaltecidos. Selah
8 Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, Y haced oír la voz de su alabanza.
9 Él es quien preservó la vida a nuestra alma, Y no permitió que nuestros pies resbalasen.
Salmos 66:4-9
Estas palabras nos invitan a reflexionar en la obra poderosa del Señor. Él secó el Mar Rojo, abrió camino donde no lo había, permitió que Su pueblo cruzara al otro lado sin que una sola gota de agua los tocara. Y fue allí, del otro lado, donde cantaron, danzaron y celebraron Su victoria. No solo los liberó, sino que les mostró que era un Dios de pacto, fiel y protector.
Del mismo modo, Dios sigue siendo poderoso hoy. Él es quien preserva nuestra vida, quien nos guarda de caer, quien sostiene nuestra alma en medio de las pruebas. Por eso debemos cantar al Dios de nuestra salvación, ofrecerle alabanzas sinceras, no solo con nuestros labios, sino también con nuestra vida diaria.
Al ver estas maravillas, nuestros corazones también deben llenarse de regocijo y gratitud. No olvidemos lo que Dios ha hecho, no dejemos de contar Sus maravillas a nuestros hijos y a las generaciones venideras. Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos, y Su poder no cambia. Levantemos nuestras voces y digamos: “Bendito sea nuestro Dios, que no permitió que nuestros pies resbalaran, ni que nuestra esperanza muriera”.
Por eso, pueblos todos, bendecid al Señor. Que se escuche en cada hogar, en cada nación y en cada corazón la voz de Su alabanza. Él es digno. Amén.