Cantar a Dios es como fuerzas para nuestra alma

Cuando cantamos a Dios lo hacemos decididos en su nombre pues de Él recibimos aliento de vida, fuerzas para poder continuar de pie y así poder conocer más y más de Él, de su gran poder y autoridad.

Dios dueño de todo, por eso demos la mejor alabanza a Él, cantemos con el corazón, que esa alabanza sea con amor, con regocijo y en armonía.

Esa fuerza que viene a nosotros, es porque Dios nos la da, no viene sola, es Dios quien hace que sea posible, porque Él es quien nos sostiene, por eso cantemos de su gran amor y majestad.

¿Quién puede permanecer de pie, recibir fortaleza y aliento a su alma por sí solo?. Nadie. Dios es el único que nos llena de su presencia y de Él recibimos un gran apoyo para que seamos gratos y demos a Dios una alabanza que llegue a los más alto.

Que con nuestros cánticos podamos decir que en el Señor hay poder y suya es la gloria, todo depende solo de Él, sin Él nada somos.

Grande es Jehová, y digno de suprema alabanza; Y su grandeza es inescrutable.
Salmos 145:3

El versículo anterior quiere decir que nuestro cántico debe ser lo mejor para nuestro Dios, en su honor cantemos para siempre.

Dios es digno de todo, Dios merece todo los halagos que pueden existir. Solo a Él debemos darle todo lo mejor. ¿Quién como nuestro Dios? Nada se puede comparar a Él. Nadie puede hacer lo que Él hace, sus maravillas que nos rodean, y que cada día su amor y su misericordia están al nuestro alrededor. Cantemos a nuestro padre celestial día tras día.

Proclamarán la memoria de tu inmensa bondad, Y cantarán tu justicia.
Salmos 145:7

Todos proclamemos al Señor, rindamos cánticos de alabanzas, la memoria de su inmensa y bendita bondad. Solo Él es quien hace justicia y quien hace que todas las cosas marchen bien.

Es bueno que cada día seamos gratos y estemos dispuestos a ofrecer alabanzas a nuestro Dios, rendidos delante de Él, dando lo mejor de nosotros a nuestro Dios poderoso y sublime.

Cuando levantamos nuestras voces en adoración, no solo pronunciamos palabras, sino que expresamos lo que hay en nuestro corazón. Cada nota, cada frase y cada melodía se convierten en una ofrenda viva al Creador, un acto de gratitud y amor sincero. La alabanza nos conecta directamente con su presencia, nos hace sensibles a su Espíritu y nos recuerda cuán dependientes somos de Él.

El salmista comprendía muy bien esta verdad, por eso decía que debía cantar “con entendimiento”. No se trata únicamente de entonar canciones, sino de hacerlo conscientes de a quién le cantamos y por qué lo hacemos. Al cantar a Dios reconocemos su grandeza, afirmamos su poder y proclamamos que Él es soberano sobre todo lo que existe.

A través de los cánticos también edificamos nuestra fe. Muchas veces, cuando pasamos por pruebas o desánimos, un cántico inspirado por el Espíritu Santo renueva nuestras fuerzas y nos da esperanza. Así como David encontraba consuelo en su arpa, nosotros encontramos paz cuando adoramos a Dios en medio de las dificultades. Él habita en medio de la alabanza de su pueblo, y donde está su presencia hay libertad, gozo y restauración.

Por eso, cantar al Señor no debe ser una costumbre vacía, sino una práctica diaria llena de propósito. Cada día tenemos motivos nuevos para agradecer: su protección, su provisión, su amor inmenso y su fidelidad que nunca falla. Cuando recordamos todo lo que ha hecho por nosotros, nuestra boca se llena de alabanzas y nuestro corazón rebosa de gratitud.

La alabanza también tiene un poder transformador. Al enfocarnos en Dios, nuestra mente se libera de la preocupación y la tristeza. En lugar de quejarnos, comenzamos a ver las bendiciones que antes no notábamos. Por eso, el creyente que alaba constantemente vive en victoria, porque sabe que su Dios está en control de todas las cosas.

Hoy te invito a que eleves tu voz, que cantes con alegría y con fe, no por obligación, sino por amor. Que tus cánticos sean una expresión de agradecimiento por todo lo que el Señor ha hecho en tu vida. Que tu adoración sea constante, sincera y profunda, porque el Dios que servimos es grande, bueno y digno de suprema alabanza. A Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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Murallas caen cuando cantamos en el nombre de Dios
Mi corazón se goza, con mi cántico le alabaré