Dirijo al Rey mi canto

El Salmo 45 es atribuido a los hijos de Coré. Algunos teólogos como C.S. Lewis relacionan este salmo con la Navidad, como el nacimiento del gran guerrero y el gran Rey: Jesucristo. Lo cierto es que este salmo es una exaltación total a Dios, un canto especial para el único Dios y Rey. En sus versos se puede percibir una mezcla de gozo, adoración y reverencia, como si el autor estuviera contemplando un acontecimiento celestial, una boda real entre el Rey y su esposa, que a la luz del Nuevo Testamento representa la unión de Cristo con Su iglesia.

El salmista dijo:

Rebosa mi corazón palabra buena; Dirijo al rey mi canto; Mi lengua es pluma de escribiente muy ligero.

Salmo 45:1

El salmista comienza pidiendo a Dios que rebose su corazón de palabra buena, y este es un buen inicio, ya que el mismo se dejó inspirar por Dios a la hora de dar su cántico, pues nosotros como humanos mortales solo podemos dar buena alabanza a Dios si Él es quien nos inspira a hacerlo. Un corazón que rebosa palabra buena es un corazón lleno de gratitud, de verdad y de adoración. Cuando el salmista dice que su lengua es como pluma de escribiente muy ligero, muestra que su alma fluye con facilidad bajo la inspiración divina, porque no se trata de un esfuerzo humano, sino del Espíritu Santo moviendo cada palabra para honrar al Rey.

Continúa diciendo que dirige al Rey su canto. Algunos comentaristas creen que esto fue escrito sobre la boda de Salomón, y que describe la belleza y majestad del rey en el día de su unión. Sin embargo, muchos otros, entre ellos teólogos y escritores cristianos, ven en este pasaje un carácter profundamente mesiánico, pues cada descripción del rey apunta más allá de Salomón, a uno más glorioso: Cristo mismo. En este sentido, el Salmo 45 puede verse como una profecía poética que anuncia la venida del Mesías, el verdadero Rey de justicia que reinará por siempre.

Jesucristo, como el Rey descrito en este salmo, es hermoso en su majestad, justo en su juicio y poderoso en batalla. Él es aquel que, montado en su trono eterno, gobierna con equidad y verdad. Su cetro es recto, y ama la justicia y aborrece la maldad. Así lo confirma Hebreos 1:8-9, donde el autor cita directamente este salmo y lo aplica a Cristo: “Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; cetro de equidad es el cetro de tu reino. Has amado la justicia y aborrecido la maldad; por eso te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros.”

Independientemente de si se escribió para Salomón o representa a Cristo, debemos saber que a Cristo es a quien debemos dirigir nuestro cántico y darle nuestra mejor alabanza. No hay nadie más digno de recibir nuestros himnos que el Salvador que dio Su vida por nosotros. La adoración que el salmista expresa en este pasaje nos invita a elevar nuestra mirada al Rey eterno, a dejar que nuestras palabras y acciones sean como ese perfume agradable que sube delante de Su presencia.

Dirijamos nuestro canto al único Rey y Señor Jesucristo, Él es merecedor de toda la gloria y la alabanza. Que cada creyente pueda decir con el salmista: “Rebosa mi corazón palabra buena.” Que nuestra lengua también sea pluma de escribiente, escribiendo canciones de fe, proclamando Su majestad y Su gracia incomparable. Cristo no es solo el Rey del Salmo 45, es el Esposo de la iglesia, el Capitán de nuestra salvación, el Príncipe de Paz, el Alfa y la Omega. Ante Él toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Él es el Señor. Que cada día, nuestros labios y corazones estén listos para rendirle adoración sincera, sabiendo que el mismo Dios que inspiró a los hijos de Coré también puede inspirar nuestras vidas para Su gloria eterna.

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Grande es Dios, y digno de ser en gran manera alabado
Te alabaré con todo mi corazón