Para dar cánticos buenos a Dios debemos hacerlo felices y voluntariamente, sintiéndonos bien al momento de expresar El nombre de nuestro Señor Dios Todopoderoso.
Si somos más que agradecidos, entonces cada día brindaremos una alabanza al Señor desde lo más profundo de nuestros corazones, porque nuestros hechos deben demostrar que el Señor vive en nosotros por siempre.
Olvídate de tu problema a la hora de adorar a Dios, si llegó el problema a tu vida, déjalo en las manos del Señor y adora a Dios por encima de todo lo que se quiera oponer.
Dios conoce hasta lo más profundo del corazón del hombre, no nos podemos olvidar que fue Él quien nos creó, por eso Él sabe todo, porque Su poder y sabiduría le pertenecen solo a Él.
Lleguemos ante su presencia con alabanza; Aclamémosle con cánticos.
Salmos 95:2
Cuando vayas delante de Su presencia ve con cánticos nuevos y cánticos que exalten al Señor en toda Su majestad y poderío, no vayas delante de Dios con tristeza, olvídate del problema que estés pasando y dile a Dios cuán bueno y bello Él es, demuestra que el gozo del Señor es tu fortaleza y que ese gozo te ayudará a que tu alegría sea mayor que tu problema.
Tus problemas para Dios son como una pajita que cae en el fuego, Él hace que tus problemas más grandes se consuman en el fuego, pero Él a veces permite que esas pruebas lleguen para Él glorificarse a través de ellas. Dios sabe cómo hace todas las cosas y siempre tiene un plan perfecto porque de Él viene la sabiduría.
Nada es difícil para nuestro Dios, Él es fiel. Solo debes dar gloria y alabanzas a Él, no te olvides que de Él mana esa paz que puede correr como un río por todo tu interior, sanando las heridas, restaurando tu corazón, dando a tu cuerpo y espíritu nuevas fuerzas para que puedas avanzar en el nombre Dios. Créelo y todo lo que Él hará por ti así será.
Cuando decidimos adorar a Dios con sinceridad, el Espíritu Santo se manifiesta en nuestras vidas. No es necesario tener una gran voz o estar en un templo lleno de gente, porque la verdadera adoración nace del corazón que reconoce el poder de su Creador. El Señor se agrada de una alabanza sincera, aquella que no busca reconocimiento humano, sino rendir gloria al único que merece toda honra.
Recordemos que la adoración no se limita al canto, sino que también se demuestra con nuestras acciones diarias, con la forma en que tratamos a los demás, con nuestro testimonio y con nuestra obediencia a la Palabra de Dios. Cada acto de bondad, cada palabra edificante y cada gesto de amor son también una alabanza al Señor que habita en nosotros.
Así como los salmistas elevaban sus cánticos con alegría y reverencia, también nosotros debemos hacerlo hoy. Los salmos fueron escritos para recordarnos que el pueblo de Dios siempre tuvo motivos para alabar, aun en medio de las dificultades. En los momentos de tristeza, la alabanza nos levanta; en los tiempos de prueba, la adoración nos fortalece; y en los días de victoria, el cántico se convierte en acción de gracias.
El gozo de adorar al Señor no depende de las circunstancias, sino del amor que sentimos por Él. Cuando ponemos nuestra mirada en Su grandeza y en las maravillas que ha hecho, todo temor desaparece, porque comprendemos que el mismo Dios que nos creó sigue obrando en nuestras vidas con poder y misericordia. Cada día es una nueva oportunidad para cantar un cántico nuevo y declarar Su fidelidad.
No hay duda de que Dios habita en medio de las alabanzas de Su pueblo. Por eso, cuando le cantamos, cuando levantamos nuestras manos y abrimos nuestro corazón, Su presencia se derrama sobre nosotros trayendo consuelo, fortaleza y esperanza. A través del canto, nuestra alma se une al cielo en adoración, y sentimos que todo lo demás pierde importancia ante la majestad del Señor.
Que cada día podamos levantarnos con un cántico nuevo, que nuestros labios pronuncien palabras de gratitud y adoración, y que nunca falte en nuestro corazón el deseo de exaltar el nombre de Aquel que nos salvó. Que en medio de la prueba, de la alegría o de la calma, siempre haya un motivo para cantar: “Gracias, Señor, porque Tú eres bueno, y Tu misericordia es para siempre”.
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