Espera en Dios, alma mía; porque aún he de alabarle

Los salmos 42 y 43 parecen ser escritos por el mismo escritor: los hijos de Coré. Ambos salmos mantienen la misma categoría: “depresión espiritual”. ¿Por qué depresión espiritual? Pues, ellos estaban lejos de la casa de Dios y no tenían un templo donde adorar a Dios, y por eso se sentían afligidos, por estar lejos de la casa de Dios. ¿Se ha sentido usted afligido por estar lejos de la casa de Dios?

Los hijos de Coré escribieron:

¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío.

Salmos 43:5

El salmista habla directamente con su alma y le hace una pregunta: ¿Por qué te turbas dentro de mí? En el salmo anterior le hacía la misma pregunta a su alma, con mucha depresión espiritual por el hecho de estar lejos de la casa de Dios, pero a la vez mantenía una esperanza viva de que su alma aún adoraría a Dios en su santo templo.

Oh amados hermanos, en momentos de depresión espiritual digamos a nuestra alma que alabe a Dios, que el proceso no termina allí, sino que todavía hemos de seguir alabando al único Dios verdadero. Si no te acompaña ese deseo, ora al Señor y pídele que ponga en ti un corazón deseoso de alabar a Dios.

El salmista sabía que Dios era su salvación y él confiaba con todo su corazón en su Dios. ¿Confiamos nosotros que solo de Dios viene nuestra salvación en momentos como ese?

Estos dos salmos nos muestran que incluso los siervos más fieles de Dios pueden pasar por momentos de tristeza o desánimo. No se trata de falta de fe, sino de un proceso en el cual nuestra fe es probada. En medio de la aflicción, el alma puede sentirse abatida, pero el creyente tiene una esperanza firme: el Dios que lo salvó no lo abandonará jamás. Por eso, el salmista repite con convicción: “Aún he de alabarle”. Esa frase encierra la fe de quien espera ver el rostro de Dios de nuevo y sentir su presencia en el santuario.

Cuando sentimos que la presencia de Dios se ha alejado, lo que realmente sucede es que nuestro corazón se ha distraído, se ha llenado de preocupaciones o de dolor. Pero la respuesta del salmista nos enseña a volvernos al Señor en oración, a recordar sus promesas y a levantar una alabanza incluso desde la tristeza. La adoración, lejos de ser un acto reservado para los momentos felices, también es medicina para el alma que sufre. Cuando alabamos a Dios en medio del dolor, nuestro espíritu se renueva.

Los hijos de Coré, que escribieron estos salmos, eran levitas encargados de dirigir la adoración en el templo. Imagínese lo que debió significar para ellos estar lejos del lugar donde servían, sin poder alzar cánticos ni tocar sus instrumentos en la casa del Señor. Sin embargo, incluso lejos del templo, sus corazones permanecieron firmes. Ellos comprendieron que Dios no solo habita en un edificio, sino también en el corazón de los que lo adoran en espíritu y en verdad.

Así también nosotros, cuando atravesamos por tiempos de sequía espiritual o nos sentimos distantes, debemos recordar que Dios está cerca de los quebrantados de corazón. Él no desprecia a quien se acerca con un espíritu contrito. Por eso, aunque la aflicción parezca larga, no debemos perder la esperanza. La fe verdadera se fortalece en el desierto, y la alabanza que brota en medio del dolor tiene un valor especial ante Dios.

En conclusión, los salmos 42 y 43 nos enseñan que, aunque nuestra alma se abata, debemos exhortarla a esperar en Dios. En Él hay salvación, hay consuelo y hay esperanza. Si hoy te sientes lejos de la presencia del Señor, levanta tu mirada al cielo y repite las palabras del salmista: “Esperaré en Dios, porque aún he de alabarle”. Él es tu salvación, tu ayuda y tu refugio eterno. Nunca dejes que la tristeza te robe la adoración, porque en medio de la alabanza el alma encuentra descanso.

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