Vivimos en una época donde la tecnología avanza a pasos gigantescos y donde las herramientas digitales ocupan un lugar central incluso dentro del ámbito espiritual. Hoy, muchas personas buscan inspiración, consuelo e incluso dirección mediante plataformas que hace apenas unos años eran impensables. Por eso no sorprende que la inteligencia artificial —con su capacidad para producir textos estructurados, profundos y aparentemente sensibles— se incorpore poco a poco a las conversaciones sobre fe y espiritualidad. Sin embargo, esta integración plantea preguntas fundamentales sobre lo que significa adorar, orar y expresar devoción desde lo más profundo del corazón.
Recientemente se viralizó un fragmento de una prédica de John Piper en el que solicitaba a la inteligencia artificial ChatGPT que formulara una oración a Dios. La IA respondió de manera impecable: presentó una teología profunda y unas palabras cargadas de gratitud. Sin embargo, Piper quería subrayar lo siguiente: por muy brillante que resulte el texto, proviene de una máquina carente de corazón y de espíritu. En consecuencia, cualquiera podría componer una oración tan elocuente, pero ¿es realmente una súplica dirigida a Dios o simplemente un espectáculo para impresionar a los oyentes?
Estas palabras de Piper abren una reflexión necesaria. En un mundo donde todo se puede automatizar, donde la estética y la excelencia externa se han convertido en moneda de cambio, es fácil confundir belleza con espiritualidad. La oración redactada por una inteligencia artificial puede sonar correcta, conmovedora e incluso bíblica, pero no nace de una relación personal con Dios. Y lo mismo puede ocurrir con nosotros: podemos repetir fórmulas, publicar frases hermosas o grabar vídeos muy emotivos, pero sin que eso implique necesariamente una entrega genuina del corazón.
Bajo la misma premisa que plantea Piper, cabe preguntarnos: ¿Todo lo que compartimos en redes sociales —oraciones en línea, vídeos de adoración u otras manifestaciones de fe— responde a una adoración genuina que brota del corazón, o es simplemente un recurso para captar la atención y potenciar el marketing del apóstol o de la iglesia? En Mateo 8 leemos:
Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Mateo 15:8-9
Este pasaje bíblico nos recuerda que Dios mira más allá de las palabras y los gestos externos. La apariencia de devoción no impresiona al Señor, porque Él escudriña la motivación verdadera que hay detrás de cada acto. Esto debería llevarnos a examinar con honestidad nuestras publicaciones, transmisiones y actividades digitales. ¿Estamos proclamando el nombre de Dios o exaltando nuestra imagen? ¿Buscamos edificar al pueblo de Cristo o aumentar nuestro alcance e interacción?
Así pues, podemos ofrecer en redes sociales una adoración sumamente bella, y sin embargo no necesariamente dirigida a la gloria de Dios. Es lamentable que, en la era digital, corramos el riesgo de convertirnos en máquinas sin espíritu, cuya única meta es acumular “me gusta” a cualquier costo.
El problema no es la tecnología, ni las redes sociales, ni siquiera la inteligencia artificial. El verdadero desafío es el corazón humano, que con facilidad se inclina hacia la autoexaltación. Incluso algo tan sagrado como la adoración puede contaminase si nuestro propósito se desplaza de Dios hacia la búsqueda de aprobación humana. Por eso es vital recordar que la adoración auténtica no necesita producción elaborada, ni textos perfectos, ni iluminación profesional. Necesita sinceridad, humildad y dependencia total del Señor.
Nuestra adoración debe ser pura y sencilla, centrada únicamente en Dios; sin embargo, hoy parece que estamos tan absortos en las redes sociales y en sostener la campaña de marketing de la iglesia que hemos perdido de vista ese propósito y hacemos lo que sea necesario para obtener resultados, en lugar de ofrecerle a Dios una alabanza auténtica.
Por ello, este es un buen momento para evaluar aquello que publicamos y compartimos. Preguntarnos si nuestra adoración nace del corazón o del deseo de ser vistos. Recordar que Dios desea adoradores “en espíritu y en verdad”, no seguidores digitales. Y volver, con humildad, a esa adoración íntima que no necesita aplausos, solo un corazón dispuesto a honrar a su Creador.
2 comments on “¿Tu adoración es para Dios o para las redes sociales?”
Estoy completamente de acuerdo con usted, Dios conoce cada corazón y nuestra entrega y sentimientos, nuestra fe, debemos analizar muy bien lo que vemos y dedicarnos más a a tener una comunicación con Dios genuina, que Dios nos perdone, la comunión con Dios es personal, y cada uno debemos de tratar de alcanzarla.
Amén estoy muy de acuerdo