Recientemente se viralizó un fragmento de una prédica de John Piper en el que solicitaba a la inteligencia artificial ChatGPT que formulara una oración a Dios. La IA respondió de manera impecable: presentó una teología profunda y unas palabras cargadas de gratitud. Sin embargo, Piper quería subrayar lo siguiente: por muy brillante que resulte el texto, proviene de una máquina carente de corazón y de espíritu. En consecuencia, cualquiera podría componer una oración tan elocuente, pero ¿es realmente una súplica dirigida a Dios o simplemente un espectáculo para impresionar a los oyentes?
Bajo la misma premisa que plantea Piper, cabe preguntarnos: ¿Todo lo que compartimos en redes sociales —oraciones en línea, vídeos de adoración u otras manifestaciones de fe— responde a una adoración genuina que brota del corazón, o es simplemente un recurso para captar la atención y potenciar el marketing del apóstol o de la iglesia? En Mateo 8 leemos: