Él es el único Rey Todopoderoso, no hay otro como Él, a nuestro Dios es que debemos alabarle con todo lo que tenemos. Alabemos Su Nombre en las alturas y reconozcamos que Su Nombre es sobre todo Nombre.
Nadie puede ocupar Su lugar, ni puede sostener este Nombre tan grande y maravilloso, porque sólo se le atribuye a nuestro Dios omnipotente y salvador del mundo. Cuando escuchamos o leemos en la Palabra de Dios lo magnífico que Él es, nos maravillamos en gran manera, por eso a Él cantamos porque Él es nuestro Creador grande y poderoso, y nadie es como Él.
Siempre es bueno que reconozcamos a nuestro Dios como el Todopoderoso y porque así lo es, Su reino es único, porque Suya es la gloria, la honra, el poder y las alabanzas.
9 Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre,
10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;
11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Filipenses 2:9-11
Es algo maravilloso ver el amor y la misericordia de Dios tan grande para con cada uno de nosotros, en este capítulo 2 de la carta a los Filipenses, vemos que habla sobre la humillación ante nuestro Dios poderoso, porque Él siendo Dios se despojó de todo para convivir en medio de nosotros y poder darnos una mano y enseñarnos acerca de la humildad y el amor que hay en Él.
¿Cómo no adorar a un Dios tan grande y especial, como lo es nuestro altísimo y sublime Dios?. Rindamos cánticos de alabanzas sólo a Él.
Jesucristo fue exaltado porque obedeció hasta la muerte, y muerte de cruz. Su ejemplo nos recuerda que la verdadera grandeza no está en el poder humano ni en las riquezas terrenales, sino en la obediencia y la humildad ante Dios. Cuando reconocemos que Su Nombre es sobre todo nombre, entendemos que nada ni nadie puede igualar Su autoridad. Él gobierna sobre los cielos, la tierra y todo lo creado. Por eso, al alabarle, estamos reconociendo que dependemos de Él y que sólo en Él hay salvación.
Muchos hombres poderosos han pasado por la historia, reyes, gobernantes y personas de gran fama, pero todos ellos han sido temporales. En cambio, el reino de nuestro Señor Jesucristo es eterno. Él no tiene principio ni fin, Su trono permanece firme por los siglos de los siglos. Cada vez que pronunciamos Su Nombre con fe, recordamos que fue a través de ese Nombre que fuimos redimidos y limpiados de todo pecado.
Adorar a Dios con todo el corazón no es sólo cantar una canción o levantar las manos, sino vivir una vida que refleje Su carácter, Su amor y Su poder. Cuando ponemos a Cristo en el centro de nuestras vidas, nuestras acciones, palabras y pensamientos se alinean con Su voluntad. Así, cada día se convierte en una oportunidad para honrar Su Nombre con nuestras obras y actitudes.
El apóstol Pablo entendía esto muy bien. Él escribió estas palabras a los Filipenses desde la cárcel, sin embargo, en medio de su sufrimiento seguía exaltando a Cristo. Esto nos enseña que no importa la circunstancia, siempre hay motivo para alabar a Dios, porque Su Nombre sigue siendo poderoso. Aunque el mundo cambie, aunque enfrentemos pruebas o desánimo, el Nombre de Jesús sigue siendo nuestro refugio seguro.
Hoy podemos declarar con gozo que Jesús es el Señor de nuestras vidas, que Su Nombre tiene poder para sanar, restaurar, liberar y transformar. Cada rodilla se doblará ante Él, porque toda autoridad le pertenece. Al hacerlo, glorificamos al Padre, porque así lo quiso desde el principio: que en el Nombre de Jesús toda lengua confiese Su señorío.
Por tanto, vivamos agradecidos, proclamando Su grandeza con palabras y con hechos. Que cada día nuestras vidas sean un himno vivo de adoración. Que, al igual que los cielos declaran Su gloria, nosotros también seamos testimonio de Su poder y de Su gracia. A Él sea toda la gloria, toda la honra y toda la alabanza, por los siglos de los siglos. Amén.
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