Alabado seas Señor en toda Tu gloria, seas exaltado porque Tú eres nuestro Dios poderoso, que nos cuida y sustentas día tras día. Cuando cantamos a Ti, nuestros corazones cambian, seas glorificado para siempre.
Cantemos con nuestras bocas cánticos nuevos delante de nuestro Dios, porque cuando nuestro espíritu desfallece, Él viene en nuestro socorro y nos ayuda, nos levanta para que podamos seguir en el camino de nuestro Señor Jesús que fue crucificado por nuestro pecados, para que así fuésemos salvos.
Nuestra fuerza viene de Dios, Él es quien nos alienta y fortalece nuestros corazones. Alabemos a nuestro Dios, porque sin Dios nada somos y si hoy existimos, es porque Dios fue y ha sido bondadoso y misericordioso con toda su creación.
Alabemos a Dios en todo momento, no olvidemos que Su Espíritu habita en nosotros, y que Su presencia nos rodea, ¿No es un gozo el tener su presencia cerca? Es una enorme bendición poder sentir la presencia de nuestro Dios grande y fuerte, cantemos a Dios.
En el libro de 1 de Pedro podemos ver lo que dice este Pedro acerca de nuestro Dios.
Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos,
1 Pedro 1:3
En este verso lo primero que vemos es cómo se refiere el Apóstol Pedro hacia Dios, alabando y reconociendo que Él es nuestro Señor, alabemos a Dios porque Su misericordia es grande. Creamos en Él, porque nuestras esperanzas están puestas en Él, nunca nos fallará. Adoremos y cantemos cánticos nuevos delante de Él, Dios merece todo lo mejor de Su creación.
Alabemos a Dios con sinceridad, con corazones limpios, sabiendo que cada palabra que pronunciamos en adoración llega hasta Su trono. La alabanza verdadera no depende del lugar ni de las circunstancias, sino del deseo profundo de honrar a nuestro Creador. Cuando abrimos nuestros labios para exaltar Su nombre, algo sucede dentro de nosotros: se rompen las cadenas del desánimo, se fortalece nuestra fe y somos llenos de paz. Por eso, no dejemos pasar un solo día sin rendirle adoración, pues cada día que amanece es un nuevo motivo para cantar.
A veces, en medio de las dificultades o cuando sentimos que todo va en contra, olvidamos que la alabanza es un arma poderosa. David, cuando era perseguido, no dejó de cantar al Señor, porque sabía que la adoración le daba nuevas fuerzas. Así también nosotros, aunque las pruebas sean grandes, debemos alabar al Señor porque en Su presencia hay gozo y libertad. El alma cansada encuentra descanso cuando levanta su voz a Dios, y los corazones tristes son renovados por Su Espíritu Santo.
Recordemos que fuimos creados para alabanza de Su gloria. Nuestra vida debe ser un cántico constante, un reflejo de gratitud por todo lo que Dios ha hecho y sigue haciendo. No hay nada más hermoso que vivir cada día conscientes de Su misericordia. Cuando alabamos a Dios, estamos reconociendo que dependemos completamente de Él y que toda victoria proviene de Su mano. Cada respiración, cada paso, cada oportunidad de vivir es motivo suficiente para decir: “Gracias Señor, a Ti sea la gloria”.
Así que hoy, levantemos nuestras manos y declaremos con gozo que nuestro Dios vive, que Su misericordia es eterna y Su amor no tiene fin. Cantemos con alegría, proclamemos Su verdad y llevemos Su luz a quienes aún no la conocen. Que nuestra vida sea una continua alabanza que inspire a otros a glorificar al Señor. ¡Bendito sea Dios por los siglos de los siglos! Amén.
