Ricas y abundantes son las bendiciones de nuestro Dios, bendiciones que duran para siempre, estas ricas y abundantes bendiciones vienen a nosotros, nos alegran la vida y no añaden tristeza con ellas. Por eso demos gracias a Dios por estas ricas bendiciones que Él nos entrega cada día, alabemos porque una de estas bendiciones grande y especial fue el sacrificio que Jesús hizo por toda la humanidad.
Algo que debemos tener en cuenta es que procuremos tener primero una relación con Dios antes que pedirle que te bendiga. Pero ante todo tu corazón no puede desmayar, no te desesperes porque Dios siempre tiene el dominio y el control. Todo dominio y toda autoridad, son de Él, toda potestad, este es nuestro Dios.
1 Bendice, alma mía, a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo nombre.
2 Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios.
3 El es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias;
4 El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias;
Salmos 103:1-4
En este salmo vemos a un hombre entregado en adoración, ofreciendo cánticos de alabanzas al Señor, ya que este hombre estaba reconociendo que Dios era su único protector y su único refugio. El autor de este salmo dice que si él cayese en un hoyo, Dios le daría la mano para que pudiese salir. Dios es bueno, alabemos Su nombre y demos gracias por Sus maravillosas bendiciones.
Cada día que despertamos es una prueba viva de las ricas bendiciones de Dios. Si respiramos, si tenemos fuerzas, si podemos ver la luz de un nuevo amanecer, todo eso proviene de Su infinita misericordia. No debemos pasar por alto los pequeños detalles en los que Su amor se manifiesta. La sonrisa de un ser querido, la provisión diaria, el abrigo, el alimento y la salud son testimonio de que nuestro Dios no nos olvida ni un solo instante.
El creyente que vive con un corazón agradecido aprende a ver las bendiciones incluso en medio de las pruebas. Muchas veces pensamos que la bendición de Dios solo se manifiesta cuando todo va bien, pero la realidad es que Su gracia se perfecciona en nuestra debilidad. En los momentos difíciles también hay bendición, porque es cuando más cerca está el Señor, fortaleciéndonos y mostrándonos Su fidelidad.
Por eso, no debemos cansarnos de alabar, ni de proclamar Su bondad. Aunque los días sean grises, aunque la respuesta a nuestras oraciones tarde, sigamos creyendo que Dios tiene un propósito perfecto. Él no olvida a Sus hijos, y cada promesa Suya es verdadera. Recordemos siempre que Dios no solo nos bendice con cosas materiales, sino con paz, con salvación y con esperanza eterna.
Cuando comprendemos la magnitud de Su amor, nuestra vida se transforma. Ya no vivimos quejándonos, sino que encontramos motivos para agradecer en todo. Bendecir a Dios no es solo cantar o decir palabras bonitas; es vivir de manera que nuestras acciones reflejen gratitud. Es reconocer que sin Él nada somos, y que Su misericordia es nueva cada mañana.
Así como el salmista exclamó “Bendice, alma mía, a Jehová”, nosotros también debemos recordar Sus beneficios y alabarle con todo nuestro ser. Él perdona nuestros pecados, sana nuestras heridas, y nos levanta del polvo cuando caemos. Cada respiración, cada oportunidad, cada nuevo comienzo es un regalo divino. Vivamos entonces con corazones agradecidos, confiando en que Su mano sigue obrando en nuestras vidas, y proclamemos Su nombre por los siglos de los siglos. Amén.
...