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Alabemos a nuestro Dios, porque Él nos ha hecho más que vencedores

Somos vencedores porque Él venció, Él nos hizo no solo vencedores, sino más que vencedores, alabemos a Dios por este hecho maravilloso.

Damos gracias a nuestro Dios Él es poderoso, hermanos confiemos en Dios, y busquemos de Él cada día, que con todo nuestro corazones nos entreguemos en alabanzas a Él, Él es Dios y por Él somos más que vencedores.

Demos alabanzas cada día a Dios, cantemos de Su gloria, demos cánticos nuevos por Sus obras maravillosas, porque vino y dio Su vida para nuestra salvación, para que a través de Él podamos conocer al Padre y podamos pedir en oración. Alabemos y glorifiquemos, dando gracias por Su gran amor y por Sus bondades.

Recordemos que somos más que vencedores mediante la muerte de nuestro Señor Jesús en la cruz, y es por eso que debemos rendirnos delante de Él y darle gloria y alabanzas, pero ante todo, reconocer ante toda la humanidad la majestad de nuestro Dios grande y poderoso.

36 Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero.

37 Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.

38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,

Romanos 8:36-39

Estemos firmes y confiados plenamente en el Señor, solo Él nos puede ayudar y darnos las fuerzas para continuar. Alabemos a Dios en nuestras debilidades, en todas las cosas que puedan ocurrir en nuestras vidas.

La victoria que tenemos en Cristo no depende de nuestras fuerzas humanas ni de nuestras capacidades, sino del poder de Su Espíritu que mora en nosotros. Aun cuando enfrentamos pruebas, enfermedades, pérdidas o momentos de tristeza, debemos recordar que el Hijo de Dios ya triunfó sobre todas las cosas, y por medio de Su victoria nosotros también vencemos. Nada puede separarnos de Su amor, porque Su gracia es suficiente en todo tiempo.

Cada día que despertamos es una oportunidad para agradecerle al Señor por hacernos parte de Su reino, por permitirnos vivir bajo Su cobertura y por darnos la promesa de que, aunque el mundo sea difícil, en Él tenemos paz. Jesús mismo dijo: “En el mundo tendréis aflicciones; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Esa es la seguridad del creyente: saber que la victoria de Cristo es también nuestra herencia espiritual.

Ser más que vencedores no significa que no enfrentaremos batallas, sino que a través de cada lucha saldremos fortalecidos en la fe. Dios convierte cada obstáculo en una oportunidad para demostrar Su poder en nosotros. Es en medio del dolor cuando más se revela Su gloria, y cuando comprendemos que no estamos solos, que el Espíritu Santo nos sostiene y nos da consuelo.

Por eso debemos mantener nuestros ojos puestos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe. Que no se apague nuestro canto, que no falte nuestra gratitud, porque cada respiración es una muestra de Su fidelidad. Aun cuando el mundo se tambalee, el creyente se mantiene firme, porque su confianza está puesta en la roca eterna.

Dios nos ha dado la armadura espiritual para resistir en el día malo: la fe, la justicia, la salvación, la verdad y la Palabra de Dios. Con estas herramientas podemos vencer toda tentación y toda mentira del enemigo. Vivamos con gozo, sabiendo que Cristo reina en nuestros corazones y que nada ni nadie podrá quitarnos la victoria que Él ganó en la cruz.

Así que, hermanos, mantengámonos firmes, confiando en que la victoria es nuestra, no por mérito propio, sino porque Cristo venció. Levantemos nuestras manos y alabemos al Dios que nos ha hecho más que vencedores, proclamando con gozo: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”.

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