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En medio de la sequía cantemos al Señor y nuestra vida será saciada

A veces nuestras vidas atraviesan momentos desesperantes donde sentimos que no tenemos fuerzas para seguir adelante. Pareciera que cada paso pesa más, que el corazón se debilita y que la esperanza comienza a desvanecerse. Pero aun en medio de esas circunstancias, no debemos olvidar que tenemos un Dios poderoso, fiel y presente. En lugar de rendirnos, elevemos cánticos al Señor, porque Él es quien renueva nuestras fuerzas. Cuando el alma se siente abatida, alabar a Dios nos ayuda a recordar que no estamos solos, que Él camina con nosotros y que sus brazos nos sostienen.

En medio de la sequía, cuando todo parece estéril y sin vida, Dios puede convertirse en lluvia refrescante. Su presencia tiene el poder de restaurar, de sanar lo que está quebrado y de llenar lo que está vacío. Desde el cielo puede descender lo mejor de parte de nuestro Dios, por eso debemos creer firmemente que solo Él puede suplir nuestras necesidades. Adoremos su santo nombre, porque sin Él nada podemos hacer. Él es el agua viva que sacia nuestra sed interior y el manantial que nunca se seca.

Cuando llegue ese momento difícil a tu vida, levanta tus manos hacia el cielo y canta al Señor. No te quedes en silencio, no permitas que la tristeza apague tu voz. Bendice solo a Dios, clama a Él en alabanzas y verás cómo poco a poco tu vida comienza a cambiar. La alabanza no elimina los problemas, pero cambia nuestra perspectiva, fortalece nuestro espíritu y nos conecta con el Dios que puede hacer lo imposible.

Recordemos que en los momentos de prueba debemos acudir a Dios, pero no solo cuando estamos en angustia. También en tiempos de calma, de alegría o de abundancia, debemos mantener una vida de adoración y oración. Así, cuando lleguen los días de sequía, nuestra alma sabrá a quién recurrir y no se perderá en la desesperación. La comunión diaria con Dios es la clave para superar cualquier valle de sombra o dolor.

Como hijos fieles del Señor, debemos adorar y cantar siempre a Dios. Él merece lo mejor de nosotros, no solo palabras vacías, sino cánticos sinceros que broten de un corazón agradecido. Demos a Dios alabanzas verdaderas, que lleguen a Su trono, y entonces Su presencia descenderá como rocío sobre nuestra sequedad. Seremos saciados, llenos de Su Espíritu Santo, y nuestra vida será fortalecida. Que ese rocío celestial renueve nuestras fuerzas y nos dé valentía para seguir adelante en el camino del Señor. Por eso, cantemos a Dios con el corazón, clamemos en adoración, y Él responderá a nuestro clamor.

Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré;
Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, En tierra seca y árida donde no hay aguas,

Salmos 63:1

Clamemos como lo hizo David, quien en medio del desierto levantó su voz a Dios. Él se hallaba en una tierra seca y árida, pero su mayor sed no era de agua física, sino de la presencia de Dios. Dijo: «Mi alma tiene sed de ti». Así debe ser nuestra oración. Todos sabemos que solo Dios puede darnos sustento en medio de la sequía espiritual. Él puede enviar su lluvia bendita para saciarnos, fortalecernos y darnos vida. No dudemos en buscarlo, no dejemos de alabar su nombre. Pidamos con fe, cantemos con esperanza, y confiemos en que Dios es bueno y fiel para responder.

Cantemos el Salmo 84 en medio de estos tiempos difíciles
Donde quiera que nos encontremos, cantemos la victoria que viene de nuestro Dios
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