Un verdadero adorador es más que un espectador

Al entrar en la casa de Dios, nuestro propósito principal debe ser glorificar y exaltar el nombre del Dios soberano. No vamos al templo por rutina, costumbre o para ver qué hacen los demás, sino para rendir adoración a Aquel que nos creó, nos salvó y nos sostiene cada día. Una manera fundamental de hacerlo es a través de cánticos y alabanzas que expresan gratitud por todo lo que Él ha hecho por nosotros. Nuestra voz, nuestras manos, nuestro corazón y todo lo que somos deben servir como instrumento para exaltar Su nombre. Todo lo que tenemos, todo lo que somos, debe apuntar a una sola cosa: honrar a Dios con reverencia.

En la Biblia encontramos un mandato precioso que nos recuerda cómo debemos presentarnos ante Su presencia. El salmista escribe:

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
Por sus atrios con alabanza;
Alabadle, bendecid su nombre.

Salmos 100:4

Este versículo nos enseña que no debemos acercarnos a Dios con un corazón frío o indiferente, sino con gratitud y alabanza. Entrar en Su casa es un privilegio, no una obligación. Por eso, cada vez que participamos de la adoración congregacional, debemos hacerlo siendo conscientes de a quién estamos adorando. No se trata de alzar las manos por cualquier emoción o por lo que otros hacen, sino de entender que toda alabanza debe surgir de un corazón sincero y agradecido.

Es evidente que no todo lo que se canta o dice en una congregación merece nuestra aprobación o participación. Sin embargo, independiente de los estilos o formas, debemos tener claro cuál es nuestro propósito al entrar a la casa de Dios: adorarlo en espíritu y en verdad. Antes de juzgar lo que otros hacen, debemos examinar nuestro propio corazón. ¿Venimos realmente a adorar o solo a observar? ¿Entramos con gratitud o con indiferencia?

Hay personas que se enfocan más en lo que hacen los demás durante el servicio que en exaltar el nombre de Dios. Están atentos a quién levanta las manos, quién canta más fuerte o quién se queda en silencio, y en ese proceso se olvidan de lo esencial. El objetivo central no es la opinión de los hombres, sino rendir gloria a Dios. Cuando entramos en Su presencia, debemos hacerlo con reverencia, conscientes de que estamos delante del Rey de reyes.

Oh, hermanos, tenemos motivos de más para glorificar el nombre de Dios. Él nos ha dado vida, nos ha perdonado, nos ha sostenido y nos ha mostrado misericordia aun cuando no lo merecíamos. No desperdiciemos el tiempo en cosas sin provecho cuando estamos en el templo. No permitamos que la distracción, la crítica o la indiferencia apaguen nuestra adoración. Hagamos que cada momento en la presencia de Dios tenga valor. Que nuestras mentes, corazones y voces se unan para adorar con sumo interés y devoción.

Adorar a Dios no es solo cantar, es reconocer Su grandeza con humildad, es agradecer Su bondad con sinceridad y es rendir nuestra vida a Su voluntad. Cada vez que crucemos las puertas de Su casa, recordemos que hemos sido llamados a un propósito eterno: dar gloria al Dios que vive y reina por los siglos. Que nunca olvidemos esto, y que cada reunión sea una oportunidad para adorar con todo nuestro corazón.

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Donde quiera que nos encontremos, cantemos la victoria que viene de nuestro Dios
Él es nuestro creador, cantemos solo a Él