¿Por qué eres músico?

Puedes hacer algo en la vida, y quizá ser muy bueno en ello, pero posiblemente no lo estés haciendo por un propósito real, sino de la manera equivocada. Y de eso hay en todas las tareas de la vida. En nuestras iglesias también hay de ese tipo de personas que hacen algo pero no lo hacen para la gloria de Dios, sino para su propia satisfacción.

Primero que todo, la Biblia nos enseña que todo debe ser hecho para gloria del Señor:

23 Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres;

24 sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.

Colosenses 3:23

Ahora, volvamos a la pregunta de nuestro encabezado: ¿Por qué eres músico? Si eres músico quiero que contestes esta pregunta con mucha sinceridad en tu corazón.

En lo que he podido ver, existen diferentes tipos de músicos. El primer grupo de músicos son aquellos que les gusta tocar los instrumentos para poder pertenecer a un círculo de personas en las que se sienten contentos. Está el otro grupo que solo quiere tocar para sentirse más importante, para que los demás vean que es un excelente músico, incluso, ese grupo toca hasta por competencia.

Pero, también está ese grupo que toca para la gloria de Dios, que claro, aman la música, pero más que amar a la música, aman primero a Dios.

Se supone que cada músico de nuestras congregaciones debería amar la música, pero sobretodo a Dios, saber que si tocan es para la gloria de Dios y no para competir con lo demás o creer que son importantes.

Si eres músico, ¿a cuál grupo perteneces?

La verdadera adoración no comienza en un instrumento ni en una voz afinada, sino en un corazón rendido a Dios. Puedes tener una gran habilidad musical, dominar la guitarra, el piano o la batería, pero si tu corazón no está alineado con la voluntad del Señor, entonces tu música pierde su propósito. La adoración no es espectáculo, es entrega. La música en la iglesia no es un medio para brillar, sino un canal para exaltar el nombre de Cristo.

El rey David fue un ejemplo claro de lo que significa tocar para Dios. Él era un músico talentoso, pero también era un adorador genuino. Cuando tocaba el arpa, los espíritus malos huían del rey Saúl (1 Samuel 16:23). ¿Por qué? Porque su música no era solo melodía, era una manifestación del Espíritu de Dios en él. Eso nos enseña que lo más importante no es cuántas notas toques, sino quién habita en tu corazón cuando lo haces.

Por otro lado, debemos recordar que la música en la iglesia no es una competencia. No se trata de quién canta mejor o quién domina más el instrumento. La verdadera excelencia en la adoración es espiritual, no técnica. Cuando haces las cosas de corazón, el Señor se agrada, y Él recompensa la humildad de los que le sirven sin buscar reconocimiento.

Muchos músicos han perdido su enfoque porque han permitido que la vanidad entre en su ministerio. Buscan aplausos, aprobación o protagonismo. Pero Jesús mismo enseñó que quien busca ser el mayor debe servir a los demás (Mateo 23:11). Tocar para Dios es un acto de servicio, y no hay mayor privilegio que ser instrumento en las manos del Creador para edificar vidas.

Por eso, si eres músico, examina tu motivación. Pregúntate con sinceridad: “¿Estoy tocando para ser visto o para que Dios sea glorificado?”. Si descubres que has perdido el enfoque, pídele al Espíritu Santo que renueve tu corazón. Él puede devolverle sentido a tu ministerio y hacer que tu música vuelva a tener el poder de tocar almas.

Recuerda que lo más importante no es el talento, sino la unción. Un músico con talento puede emocionar, pero un músico ungido transforma vidas. Que cada nota, cada canto y cada acorde que salga de tus manos sea una ofrenda agradable ante el trono de Dios.

Conclusión: Ser músico es un privilegio, pero ser un músico que toca para la gloria de Dios es un llamado. No olvides que el propósito de tu arte no es mostrar lo que sabes hacer, sino reflejar quién es tu Señor. Hazlo todo con amor, con humildad y con la certeza de que cada melodía puede ser una oración. Porque al final, solo la adoración que nace del corazón llega hasta el cielo.

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