Grande es Dios, y digno de ser en gran manera alabado

El salmo 48 fue escrito por los hijos de Coré al igual que otros salmos que ya hemos mencionado anteriormente. Este salmo exalta las grandezas de Dios y expresa la profunda alegría de quienes se deleitan en adorar al Señor. Es considerado por muchos como un salmo de alabanza y regocijo, un cántico que celebra la presencia de Dios en medio de Su pueblo y la seguridad que Él les brinda. Al leerlo, se percibe la confianza y gozo de un pueblo que reconoce que su fuerza, victoria y esperanza provienen únicamente del Señor.

El pueblo de Israel, especialmente los hijos de Coré, tenían sobradas razones para adorar a Dios y rendirle alabanzas. Habían sido testigos de Su poder liberador, de cómo los sacó de Egipto, los protegió en el desierto y les dio una tierra por heredad. Vieron Su mano poderosa derribando ejércitos enemigos, abriendo los mares y manifestando Su gloria en el monte Sinaí. De igual forma, nosotros también tenemos incontables motivos para adorar a Dios. Desde el momento en que nos otorgó salvación a través de Jesucristo, hasta los pequeños detalles cotidianos: la vida, el sustento, la misericordia renovada cada mañana, Su cuidado y fidelidad. Glorificamos a Dios no solo por lo que hace, sino por quien Él es: santo, eterno, justo y misericordioso.

El salmista dijo:

1 Grande es Jehová, y digno de ser en gran manera alabado
En la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo.

2 Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra,
Es el monte de Sion, a los lados del norte,
La ciudad del gran Rey.

3 En sus palacios Dios es conocido por refugio.
Salmo 48:1-3

“Grande es Jehová”, dice el salmista. Esta declaración resume la esencia del salmo: la inmensidad, poder y majestad de Dios. Desde el primer capítulo de Génesis vemos Su grandeza manifestada cuando, con solo Su palabra, creó los cielos, la tierra, las estrellas y todo cuanto existe. A lo largo de toda la Biblia vemos Su mano obrando maravillas: abrió el Mar Rojo, detuvo el sol en los días de Josué, salvó a Daniel del foso de los leones, y en el cumplimiento de los tiempos envió a Su Hijo Jesucristo, quien venció la muerte y nos dio vida eterna. No hay nadie como Él.

Por Su grandeza y Sus poderosas obras, Él es digno de ser alabado en gran manera. El salmista usa una expresión profunda que muestra que no basta una alabanza ligera o superficial. Dios merece lo mejor de nuestro corazón, adoración sincera, reverente y apasionada. Aunque nuestras palabras y esfuerzos humanos siempre serán limitados frente a Su gloria infinita, estamos llamados a darle lo mejor. Tal como dice el Salmo 150:6, “Todo lo que respira, alabe a JAH”.

El salmo también menciona a Sion, la ciudad del gran Rey. Este lugar representa la presencia de Dios entre Su pueblo, un símbolo de seguridad y gozo. No se trata solo de un lugar geográfico, sino espiritual. Hoy, en Cristo, nosotros somos esa ciudad, templo del Espíritu Santo, y el Rey habita en medio de Su iglesia. Por eso, aunque enfrentemos dificultades, podemos estar confiados, porque Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.

Así como los hijos de Coré cantaban con gozo, también nosotros estamos llamados a levantar nuestras voces y corazones para adorar. Piensa en todo lo que Dios ha hecho por ti: cómo te ha sostenido, perdonado, fortalecido y amado aun cuando no lo merecías. Si hoy tienes vida, esperanza y paz, es porque Él ha sido bueno. Alábale por Sus grandezas, exáltale por Su amor y reconoce que no hay otro como nuestro Dios.

Que este salmo nos inspire a vivir una vida de gratitud constante, recordando que grande es Jehová y digno de suprema alabanza. Que cada día podamos decir con convicción: “Señor, mi corazón te alaba, porque Tú eres mi refugio, mi fortaleza y mi Dios eterno”.

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Alabaré Tu nombre, oh Dios, porque es bueno
Dirijo al Rey mi canto