Adoración espontánea es lo que necesitamos

La alabanza es, sin duda alguna, una parte extremadamente importante en cualquier servicio cristiano. Es el momento en el que, a través de la música y nuestras voces, expresamos gratitud a Dios por todo lo que Él ha hecho por nosotros. No se trata de una simple introducción al sermón, sino de un acto de adoración genuina que debe fluir del corazón. Hemos sido creados para glorificar a Dios, y uno de los propósitos principales de congregarnos como iglesia es precisamente exaltar Su nombre con alegría, reverencia y gratitud.

Sin embargo, en muchas congregaciones se observa una realidad preocupante: parece una batalla constante pedir a los hermanos que se pongan de pie para adorar, que levanten las manos, que canten o simplemente que expresen alabanza. ¿Debe ser esto así? Por supuesto que no. Si realmente entendemos por qué nos reunimos, no necesitaríamos que alguien nos empuje a adorar. La alabanza no debería ser forzada, sino espontánea, fruto de un corazón agradecido que reconoce la grandeza de Dios.

La Biblia nos enseña que la adoración es una respuesta natural a la presencia y a las obras de Dios. El salmista declaró:

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
Por sus atrios con alabanza;
Alabadle, bendecid su nombre.

Salmos 100:4

Un verdadero adorador entra a la casa del Señor con esa actitud de agradecimiento, consciente de que cada día Dios nos sostiene, nos perdona y nos renueva. ¿Acaso no tenemos razones suficientes para alabarle? Su amor es inagotable, sus misericordias son nuevas cada mañana y su fidelidad permanece para siempre. Cuando meditamos en estas verdades, la alabanza se convierte en una necesidad del alma y no en una rutina.

Por eso, es responsabilidad de la iglesia fomentar una mentalidad de adoración. No se trata solo de tener buenos músicos o canciones modernas, sino de enseñar a los creyentes que el propósito de ir al templo no es simplemente escuchar o recibir, sino dar a Dios la gloria que Él merece. Si comprendemos esto, ya no será necesario pedir que se canten los coros, que se aplauda o que se levanten las manos. Lo haremos de manera natural porque nuestro corazón estará enfocado en el Señor.

Además, debemos entender que la alabanza no es emoción superficial ni una experiencia vacía. La verdadera adoración es espiritual y bíblica; nace de la verdad de Dios revelada en su Palabra. Jesús dijo: “los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Juan 4:23). Esto significa que no se trata solo de sentir, sino de comprender a quién adoramos y por qué lo hacemos.

Necesitamos, como iglesia, formar corazones adoradores. Personas que no lleguen al culto distraídas, frías o indiferentes, sino conscientes de que van a encontrarse con el Dios Santo. Cuando esta mentalidad está presente, la alabanza deja de ser una obligación y se convierte en un privilegio. No habrá necesidad de insistir en participar porque cada uno sabrá que su voz, su vida y su actitud deben rendir homenaje al Creador.

Por eso, más que buscar nuevas canciones, luces o estilos, necesitamos buscar corazones rendidos a Dios. Adoradores espontáneos que reconozcan para qué han sido creados y que llenen el trono de Dios con alabanza sincera.

Que cada vez que entremos a la casa del Señor podamos hacerlo con gratitud, con gozo y con la convicción de que Dios es digno de toda nuestra alabanza, hoy y siempre.

...
Una preciosa canción para el día de los padres
Cómo aprender a tocar algo difícil