Haced todo para la gloria de Dios

Desde un principio la gloria de Dios ha sido muy codiciada, el hombre ha querido poseer esa gloria que solo a Dios pertenece. El hombre siempre ha querido ser reconocido, recordado por todos y creerse el gran personaje de la creación, pero esto no es así hermanos, Dios es el gran personaje de toda la creación, el hombre no es el todo de la creación, Jesús es el todo de la creación y todo lo creado ha sido para satisfacer la voluntad divina de nuestro Dios.

La Biblia nos relata que Dios no comparte su gloria con nadie, también hay otro pasaje de la Biblia en el libro de Hechos que nos dice que el rey Herodes no daba la gloria a Dios y Dios frente a todo el pueblo hizo dar a notar de quién es la gloria. Es muy común ver en nuestros días como ciertos hombres quieren robar la gloria a Dios y creer que son la gran cosa, sin embargo, la Biblia dice que toda rodilla se doblará, no importa cuan poderoso se sientan, también dice que toda lengua confesará que Jesús es el Señor.

El apóstol Pablo dijo:

31 Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.

1 Corintios 10:31

Realmente debemos entender nuestra posición, nuestra posición no es brillar o ser la figura principal, ¡no! Nosotros solamente somos vasos de barro donde Dios ha decidido glorificarse, pero esto es para su propia gloria, no para la nuestra. El apóstol Pablo también dice que aquel que desee gloriarse que se gloríe en Dios. Hermanos, Dios es el único merecedor de toda gloria y honra, nosotros solo somos recipientes.

Sigamos alzando la bandera de la reforma protestante, la cual decía: «Soli Deo Gloria» o «Solo a Dios la Gloria». Demos gloria a Dios con nuestras vidas y que todo lo que hagamos sea para rendir alabanza y gloria a Dios.


Cuando reconocemos que toda la gloria pertenece a Dios, aprendemos a vivir con humildad. El orgullo humano busca constantemente reconocimiento, pero el corazón que ha sido transformado por Cristo entiende que cualquier talento, logro o victoria viene de Él. La Biblia nos recuerda que incluso nuestra respiración depende de Dios. Por eso, cuando alcanzamos algo, debemos levantar nuestras manos al cielo y decir: “A Ti sea la gloria, Señor”.

El profeta Isaías escribió: “Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas” (Isaías 42:8). Este pasaje es una advertencia clara para no poner en alto a los hombres ni a los ídolos modernos. Hoy, muchos se glorían en la fama, el dinero o las redes sociales, olvidando que toda buena dádiva proviene del Padre de las luces. En el momento en que el ser humano busca ser exaltado por encima del Creador, se expone a la caída, pues “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).

Dar gloria a Dios no es solo decirlo con los labios, sino vivirlo con los hechos. Es honrarlo con nuestras palabras, decisiones, tiempo y recursos. Cuando ayudamos al necesitado, cuando perdonamos, cuando trabajamos con integridad o cuando alabamos sinceramente, estamos glorificando a Dios. Cada acción que realizamos en obediencia a su Palabra es un reflejo de su luz en nosotros. Por eso, Pablo exhortaba a la iglesia a hacer todo “como para el Señor y no para los hombres”.

La verdadera gloria de Dios se manifiesta en nuestra debilidad. Cuántas veces hemos visto cómo, a través de las pruebas, Dios muestra su poder. Cuando ya no tenemos fuerzas, Él se glorifica. Por eso, no debemos temer a las dificultades, porque son oportunidades para que Dios sea exaltado. Como dijo el apóstol: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”, porque el poder de Cristo reposa sobre nosotros.

Vivimos en un tiempo donde muchos buscan su propia gloria: pastores que buscan fama, cantantes que desean reconocimiento, líderes que quieren ser admirados. Sin embargo, la iglesia debe recordar siempre su propósito: reflejar la gloria de Dios y no la del hombre. Cada ministerio, cada talento, cada plataforma debe ser usada para que Cristo sea conocido y exaltado. La verdadera grandeza está en servir y no en ser servido.

Por eso, querido lector, si Dios te ha dado dones, úsalo para su gloria. Si te ha dado un ministerio, hazlo con humildad. Si te ha prosperado, no te olvides de Él. Todo lo que somos y tenemos proviene de su gracia. Recordemos siempre las palabras de Jesús: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).

Conclusión: Vivir para la gloria de Dios es el mayor propósito del ser humano. Nada de lo que hagamos tiene valor eterno si no lleva el sello de su gloria. Que cada día despertemos con el deseo de reflejar a Cristo en nuestras vidas, y que al final de todo podamos decir con gozo: “A Él sea la gloria, la honra y el poder por los siglos de los siglos. Amén”.

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