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¿Qué canciones cristianas debo escuchar?
Esa pregunta, que puede parecer sencilla, se ha vuelto cada vez más importante en un tiempo donde la música cristiana ha crecido en variedad, estilos y plataformas, pero no siempre en profundidad espiritual.
Muchos artistas producen letras que apelan más a la emoción o al gusto del público que al mensaje bíblico que debería guiar la adoración. Por eso, discernir qué música escuchar y qué artistas seguir es un desafío espiritual tan real como necesario.
En nuestra página de Restablecidos lanzamos la pregunta:
“¿Cuáles adoradores escuchas y por qué?”.
Las respuestas fueron diversas, desde quienes prefieren los clásicos de Marcos Vidal y Jesús Adrián Romero, hasta quienes disfrutan los nuevos sonidos de Elevation Worship o Miel San Marcos.
Pero más allá de los nombres, muchos coincidieron en una misma preocupación: la necesidad de que la música cristiana conserve su esencia bíblica y no se diluya en la búsqueda de fama o tendencias comerciales.
La realidad es que vivimos en una época en la que la música —incluso dentro del ámbito cristiano— se ha convertido en una industria multimillonaria.
Las producciones son más elaboradas, los videoclips más sofisticados y la distribución digital más amplia que nunca.
Sin embargo, esto plantea una pregunta crucial: ¿estamos adorando con la misma profundidad con la que producimos?
La excelencia musical no debe sustituir la unción, y la popularidad no debe confundirse con aprobación divina.
Elegir la música cristiana correcta implica más que filtrar géneros o estilos. Requiere aplicar un criterio espiritual sólido basado en tres principios fundamentales:
1. Examina el contenido bíblico
La primera pregunta que debemos hacernos al escuchar una canción es:
¿Lo que dice concuerda con la Palabra de Dios?
Algunas letras repiten frases inspiradoras pero carecen de fundamento doctrinal, e incluso pueden comunicar ideas equivocadas sobre quién es Dios o cómo obra en nuestras vidas.
El apóstol Pablo exhortó: “La palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor.” (Colosenses 3:16).
La adoración verdadera nace de la verdad revelada, no de emociones pasajeras.
2. Observa el fruto del adorador
Jesús dijo: “Por sus frutos los conoceréis.” (Mateo 7:16).
Esto también aplica a los artistas cristianos. No se trata de juzgar sus vidas privadas, sino de observar si su ministerio produce frutos de edificación, humildad y servicio.
Un cantante que busca solo llenar estadios o viralizarse en redes puede terminar desviando su propósito original.
Por el contrario, aquellos que permanecen centrados en Cristo reflejan un mensaje coherente tanto en su música como en su testimonio personal.
3. Escucha con discernimiento espiritual
Como enseñaba recientemente el líder de alabanza Philip Renner, “toda la música tiene una influencia espiritual”.
No existe una canción neutral: toda composición transmite algo del alma de quien la escribió.
Por eso, el creyente debe cultivar una sensibilidad que le permita reconocer cuándo una melodía lo acerca a Dios y cuándo lo distrae de Él.
El Espíritu Santo es el filtro perfecto; si una canción produce inquietud o contradice los valores bíblicos, probablemente no sea edificante.
No todo lo moderno es malo, ni todo lo antiguo es necesariamente puro.
El equilibrio está en discernir con sabiduría y pedir dirección al Señor.
Hay artistas contemporáneos que están componiendo canciones profundamente centradas en Cristo, así como también himnos tradicionales que siguen ministrando hoy con poder.
El secreto no está en la antigüedad de la música, sino en el mensaje que exalta al Salvador.
Por eso, antes de darle “play” a tu próxima lista de reproducción, dedica un momento a orar:
“Señor, guía mis oídos y mi corazón. Permíteme escuchar solo aquello que fortalezca mi fe y te glorifique.”
Cuando permitimos que el Espíritu Santo dirija nuestros gustos musicales, nuestra adoración deja de ser un pasatiempo y se convierte en un acto de comunión.
Al final, la mejor música cristiana no es la que más suena, sino la que más transforma.
Es aquella que te lleva a doblar tus rodillas, a reflexionar sobre la cruz, y a vivir cada día con un corazón dispuesto a adorar.
Elegir bien lo que escuchamos no es una tarea trivial: es parte del proceso de santificación del creyente que desea amar a Dios con todo su corazón, su mente y, sí, también con sus oídos.
