Alabemos a nuestro Dios por Sus riquezas en gloria

Hermanos en Cristo Jesús, cada nuevo día es una oportunidad para recordar que nuestro deber y privilegio como hijos de Dios es alabar Su santo nombre. Él es digno de gloria, honor y loor, porque reina soberanamente desde Su trono de majestad. En Él habita toda la plenitud, toda riqueza espiritual y toda la bondad que sustenta el universo. No hay comparación alguna con Su grandeza, ni ser alguno que se le asemeje. Nuestro Dios es eterno, poderoso y fiel, y Su gloria se extiende sobre los cielos. Por eso, elevemos nuestras voces en adoración y proclamemos que sólo Él es digno de ser exaltado por los siglos de los siglos.

Debemos vivir maravillados ante Su presencia, gozosos por la misericordia que día a día se renueva sobre nosotros. Qué hermoso es reconocer que somos hijos del Dios Altísimo, Aquel que con Su amor infinito nos adoptó y nos dio acceso a Sus promesas eternas. Al adorarle, nuestro corazón se llena de gratitud y nuestra alma halla descanso. Cuando proclamamos Su nombre delante de los hombres, damos testimonio de Su fidelidad y de Su grandeza. No hay acto más noble ni más satisfactorio que rendir alabanzas al Señor, reconociendo Sus riquezas en gloria, porque todo lo que somos y todo lo que tenemos proviene de Él. Él es nuestra fortaleza y nuestro refugio, el que transforma nuestro llanto en gozo y nuestra debilidad en fuerza.

La Biblia nos enseña que las riquezas de Dios son inagotables, no se tratan de oro ni plata, sino de gracia, misericordia y amor. Estas son las verdaderas riquezas que el creyente posee, aquellas que ningún ladrón puede robar ni el tiempo destruir. El apóstol Pablo, en su carta a los Efesios, nos recuerda que esas riquezas son para mostrarse en los siglos venideros, cuando Su iglesia sea levantada en gloria por nuestro Señor Jesucristo. ¡Qué promesa más maravillosa! Un día, estaremos delante del trono, contemplando al Cordero de Dios, vestidos de pureza y entonando cánticos de adoración junto a los redimidos de todas las naciones. Por eso hoy, aun en medio de las pruebas, podemos cantar y decir: “A Ti, oh Dios, sea la gloria por siempre”.

7 para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;

Efesios 2:7-8

Estos versículos nos revelan la profundidad de la bondad divina. La gracia de Dios es el mayor tesoro que la humanidad ha recibido, un regalo inmerecido que se manifestó en la cruz de Cristo. Fue allí donde el Hijo de Dios demostró las abundantes riquezas de Su misericordia al entregar Su vida por nosotros. No fuimos salvos por nuestras obras ni por nuestra justicia, sino por Su amor inmenso y Su favor inmerecido. Cada vez que recordamos ese sacrificio, deberíamos sentirnos impulsados a adorarle con mayor devoción, sabiendo que todo lo que somos depende completamente de Él.

Por eso, hermanos, mantengamos un corazón agradecido. No olvidemos que las bendiciones espirituales que poseemos son parte de las riquezas celestiales que el Señor ha preparado para Su pueblo. Su gracia nos sostiene, Su Palabra nos guía y Su Espíritu nos fortalece. Vivamos en constante adoración, reconociendo que nada se compara con el amor del Padre que nos salvó y nos dio vida eterna. Que nuestras alabanzas sean un reflejo de gratitud, que cada día recordemos Su bondad, y que nunca dejemos de proclamar que en Cristo tenemos las verdaderas riquezas que perdurarán por la eternidad. Amén.

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