No podemos dejar de cantar sobre la fidelidad de Dios, porque Su fidelidad es el fundamento de nuestra esperanza. Aunque los hombres fallan, aunque nuestros corazones fluctúan entre la fe y la duda, Dios permanece firme, inmutable, constante en Su amor y en Su palabra. Él no cambia, no se retracta, no se contradice. La Escritura afirma que “si fuéremos infieles, Él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2:13). Por eso hoy damos gloria y gracias a Su nombre por Su amplia fidelidad para con nosotros, Su pueblo escogido.
Cada creyente puede dar testimonio de esa fidelidad. Dios ha hecho maravillas en nuestras vidas, incluso cuando éramos enemigos de Su verdad. Nos rescató con amor eterno, nos atrajo hacia Él y nos dio salvación por medio del sacrificio de Cristo en la cruz. No hubo mérito nuestro, ni esfuerzo humano; todo fue gracia. Por eso, cada vez que recordamos Su fidelidad, nuestro corazón se llena de gratitud y adoración. El Señor ha permanecido fiel en nuestras caídas, en nuestras debilidades, en nuestros momentos de duda y confusión. Su amor nos ha sostenido cuando nosotros mismos hemos sido inconsistentes.
La Biblia dice:
5 Él estableció testimonio en Jacob,
Y puso ley en Israel,
La cual mandó a nuestros padres
Que la notificasen a sus hijos;
6 Para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán;
Y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos,
7 A fin de que pongan en Dios su confianza,
Y no se olviden de las obras de Dios;
Que guarden sus mandamientos.
Salmos 78:5-7
Este pasaje nos muestra que la fidelidad de Dios no solo debe ser recordada, sino también transmitida. Cada generación tiene el deber de contar a la siguiente las maravillas del Señor. Así como Israel debía enseñar a sus hijos lo que Dios había hecho, nosotros también debemos hablar a los nuestros del poder y la gracia de Cristo. La memoria espiritual es un acto de adoración; cuando recordamos, fortalecemos la fe y mantenemos viva la gratitud.
A lo largo de la historia bíblica, vemos cómo el pueblo de Dios muchas veces se apartó del camino. Se olvidaron de los milagros, buscaron ídolos y confiaron en su propia fuerza. Sin embargo, Dios, en Su fidelidad, los perdonó una y otra vez. Les envió profetas, los guió con Su Espíritu y los restauró cuando se arrepintieron. Esa fidelidad no depende del comportamiento humano, sino de Su propio carácter. Él prometió ser fiel y lo cumple, porque Su palabra es verdad eterna.
Esa misma fidelidad la vemos hoy. Cuando tropezamos, Él nos levanta; cuando nos alejamos, Su amor nos persigue; cuando el enemigo nos acusa, Su gracia nos justifica. No hay promesa que Él no cumpla, ni palabra que quede sin efecto. Aunque las circunstancias cambien, el Dios que nos llamó sigue siendo el mismo. Por eso, al mirar atrás, podemos decir con confianza: “Hasta aquí nos ayudó Jehová”.
Pero también debemos reconocer que muchas veces somos nosotros quienes fallamos en corresponder a Su fidelidad. Nos distraemos, dudamos, dejamos de orar o de confiar. Sin embargo, aun en esos momentos, el Señor nos espera con brazos abiertos. Su fidelidad no depende de nuestra constancia, sino de Su naturaleza santa. Él no abandona la obra de Sus manos. Por eso, el creyente debe clamar cada día: “Señor, ayúdame a serte fiel, como Tú lo has sido conmigo”.
Pidamos a Dios que nos enseñe a vivir en fidelidad. Que nuestro corazón se mantenga firme en Su Palabra, que nuestros labios proclamen Su verdad y que nuestras acciones reflejen Su carácter. La fidelidad no consiste solo en cumplir deberes, sino en amar al Señor por encima de todo. Que nuestras vidas sean testimonio vivo de que Dios es fiel, y que Su fidelidad se renueva cada mañana.
Dios ha sido fiel desde el principio y lo será hasta el fin. Por eso, sigamos cantando sobre Su fidelidad, confiando en que, pase lo que pase, Su amor no nos fallará. Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos. ¡Gloria a Su nombre eterno!
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