Las iglesias están cerradas, pero lo cierto es que en cada hogar hoy tenemos una iglesia. Muchos creyentes se han adaptado a esta nueva realidad, convirtiendo sus casas en pequeños templos donde se ora, se canta y se predica la Palabra de Dios. A través de transmisiones en vivo, videollamadas y redes sociales, el Evangelio ha continuado su curso, llegando incluso a lugares donde antes era difícil alcanzarlo. Damos gloria a Dios por permitir que Su mensaje siga siendo proclamado en medio de cualquier circunstancia, porque nada puede detener el avance de Su Reino.
Sin embargo, las autoridades en diferentes regiones también han establecido regulaciones específicas con el propósito de proteger la salud pública. En el estado de California, por ejemplo, se emitió una orden dirigida a las iglesias y centros de culto donde se prohibía el canto congregacional y el uso de instrumentos de viento, considerados un posible medio de propagación del COVID-19. Esta medida generó debate entre quienes defendían la precaución sanitaria y quienes consideraban que se estaba afectando la libertad religiosa.
La orden de la Junta de Supervisores del condado de Mendocino decía lo siguiente:
«No se permitirá el canto o el uso de instrumentos de viento, armónicas u otros instrumentos que puedan propagar COVID-19 a través de gotas proyectadas, a menos que la grabación del evento se haga en la propia residencia, e involucre sólo a los miembros de la casa o unidad habitacional, debido al mayor riesgo de transmisión de COVID-19».
Según la disposición, quienes violaran esta ley podrían ser acusados de un delito menor, recibiendo una multa, prisión o ambas sanciones. La medida estaría vigente hasta el 10 de mayo del año en curso y aplicaba no solo a las iglesias cristianas, sino también a cualquier templo, auditorio, sala de conciertos o incluso casas de entretenimiento. En otras palabras, se trataba de una restricción general para toda actividad donde el canto o el uso de instrumentos pudiera representar un riesgo de contagio.
Ante esta decisión, muchos líderes cristianos manifestaron su preocupación. Para ellos, el canto no es simplemente una actividad musical, sino una forma esencial de adoración. En la Biblia, el Señor nos llama a alabar Su nombre con cánticos, himnos y salmos, expresando la fe y el gozo del corazón. Por eso, limitar el canto durante el culto parecía una interferencia directa en una de las prácticas más fundamentales del cristianismo. Algunos incluso consideraron la medida como una amenaza a la libertad de culto, un derecho protegido en la mayoría de las constituciones democráticas.
Otros creyentes, sin embargo, interpretaron la medida desde una perspectiva diferente, viéndola como una oportunidad para demostrar amor al prójimo y responsabilidad social. Sostuvieron que evitar actividades que pudieran propagar el virus era una muestra de obediencia a las autoridades y de cuidado hacia los demás, especialmente hacia los más vulnerables. En ese sentido, adaptarse temporalmente no implicaba rendirse, sino actuar con sabiduría y prudencia, confiando en que Dios abriría nuevamente las puertas del templo en su momento.
Este debate dejó al descubierto una tensión importante: cómo equilibrar el respeto a las normas civiles con la fidelidad a la fe. La Palabra de Dios enseña que debemos someternos a las autoridades, pero también nos recuerda que es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. En tiempos difíciles, el discernimiento espiritual se vuelve esencial para actuar con firmeza, pero también con gracia y respeto. No se trata de rebelión, sino de mantener una conciencia limpia delante de Dios y de los hombres.
Aun con las restricciones, el pueblo de Dios siguió adorando. Desde las casas, los parques o las pantallas de un teléfono, la alabanza continuó sonando. Las oraciones no se detuvieron, las Biblias siguieron abiertas y el mensaje del Evangelio siguió transformando vidas. Lo que parecía un obstáculo, el Señor lo usó como una oportunidad para ensanchar Su obra. Las iglesias descubrieron nuevos medios de conexión, y muchos que nunca habían asistido a un culto presencial escucharon por primera vez la Palabra de Dios.
¿Qué opinas tú de esta ley? ¿Crees que fue una medida responsable o una violación a la libertad de culto? Lo importante es recordar que, aunque los templos puedan cerrar, la iglesia verdadera sigue viva. Cristo habita en nosotros, y mientras haya un creyente que adore en espíritu y en verdad, el nombre de Dios seguirá siendo exaltado. Ninguna ley humana puede apagar la fe de un corazón que pertenece al Señor.
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