Sabemos que se nos presentan malas situaciones de vez en cuando y a veces causan un desenfoque total en nuestra vida espiritual, nos vamos alejando de cosas provechosas que antes hacíamos.
No olvidemos que quien suple nuestras necesidades es nuestro Dios grande y poderoso; no dejemos de confiar en Él. Aprovechemos incluso el tiempo de escasez para volver nuestro corazón a su presencia y darle gloria con regocijo, cantando alabanzas al Dios que no deja a sus hijos en vergüenza. Creamos en el Señor con todo nuestro corazón y demos gracias delante de Él por su fidelidad pasada, presente y futura.
Él es soberano y poderoso, digno de ser alabado en la abundancia y en la necesidad. Su propósito en nuestras vidas es grande, más alto que nuestros planes, y aunque no siempre entendamos el proceso, podemos afirmar: “fiel es el que prometió”. Alabamos a Dios porque Él es quien suple todo lo necesario para la vida y la piedad, y porque en su sabiduría nos forma en medio de la prueba.
Con manos levantadas hacia el cielo, demos gracias cuando nuestras despensas estén vacías y cuando los recursos sean escasos. Si solo tenemos a Dios, lo tenemos todo, porque Él es el dueño del oro y de la plata, el que abre puertas donde no las hay y el que sostiene a su pueblo con su diestra poderosa. En lugar de permitir que la ansiedad gobierne nuestros pensamientos, elevemos cánticos y oraciones, sabiendo que nuestro Padre cuida de nosotros con amor perfecto.
¿Acaso no es Dios quien cada mañana nos muestra el sol y nos permite respirar? El mismo que sostiene el universo sostiene nuestra mesa y nos da el pan de cada día. Dios es quien abre la puerta para que llegue la provisión en el momento oportuno; por eso, sea su Nombre alabado por los siglos. Cuando recordamos su cuidado cotidiano —el techo sobre nuestra cabeza, el alimento, el vestido y la salud— nuestros labios se llenan de gratitud y nuestra fe se fortalece.
Porque no para siempre será olvidado el menesteroso,
Ni la esperanza de los pobres perecerá perpetuamente.Salmos 9:18
Estas son promesas firmes del Señor. No caminamos por vista, sino por fe. Él conoce nuestras necesidades antes de que se las pidamos y, aun así, nos invita a acercarnos confiadamente para pedir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. El clamor del humilde llega a sus oídos. Por eso cantemos, aun en el valle, porque el Dios del valle es el mismo de los montes.
Porque Jehová oye a los menesterosos, y no menosprecia a sus prisioneros.
Salmos 69:33
Su amor continúa, su poder se manifiesta y su misericordia nos sostiene día tras día. Alabemos a Dios en todo tiempo. Recordemos que la alabanza no es un premio para cuando todo sale bien, sino una decisión de fe en medio de lo incierto. Al adorar, rendimos nuestras cargas, y el Señor nos reviste de paz que sobrepasa todo entendimiento.
Si hoy te sientes desorientado por la crisis, vuelve a las disciplinas simples que nutren el alma: oración sincera, lectura de la Palabra y comunión con la iglesia. Haz memoria de las veces que el Señor te libró, escribe sus respuestas en un cuaderno de gratitud y comparte tus cargas con hermanos en la fe. A veces la provisión de Dios llega por medio de su pueblo: una mano que ayuda, una puerta laboral, un consejo sabio, una ofrenda inesperada. Él usa medios ordinarios para obrar milagros extraordinarios.
Aprendamos también el secreto del contentamiento: ser diligentes, administrar con sabiduría, evitar deudas innecesarias y cultivar la generosidad aun en lo poco. La Biblia nos enseña que “mejor es lo poco del justo” cuando el Señor lo bendice, que mucho sin su favor. En tiempos de estrechez, el corazón se ejercita en la confianza; en tiempos de abundancia, se ejercita en la gratitud y la mayordomía. En ambos, Dios es digno de alabanza.
Miremos el testimonio de los santos: Job adoró en el quebranto; Habacuc cantó cuando no había fruto en la vid; el apóstol Pablo aprendió a vivir en abundancia y en escasez, asegurando que todo lo podía en Cristo que lo fortalecía. Esa misma gracia está disponible para nosotros hoy. No estamos solos: “El Señor es mi pastor, nada me faltará”. Esa declaración no depende del tamaño de la despensa, sino de la grandeza del Pastor.
Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
Mateo 6:33
Cuando priorizamos el Reino, descansamos en la promesa del Padre. Él conoce lo que necesitamos y, a su tiempo, añade lo que es mejor. Mientras esperamos, sigamos cantando, trabajando con excelencia, y amando al prójimo. Que nuestras casas se llenen de oración y nuestros labios de gratitud. Aun si el panorama luce oscuro, la Luz del mundo camina con nosotros.
Recuerda: Dios no se ha olvidado de ti. En Cristo, sus promesas son “sí” y “amén”. Aférrate a su Palabra, eleva tu voz en alabanza y permite que su paz guarde tu corazón. Él es nuestro proveedor, nuestro refugio y nuestra canción. Alaba su Santo y Bendito Nombre hoy, y confía en que mañana seguirá siendo el mismo Dios fiel que cuida de los suyos.
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