Un canto eterno

No nos cabe duda de que hemos sido creados para alabanza del Dios santo y es algo que debemos saber que lo que hacemos aquí en la tierra es un simple ensayo de lo que haremos por toda una eternidad. En el cielo podremos adorar a Dios sin interrupción alguna, allí estaremos frente a frente dando una alabanza al Rey de reyes.

El libro de Apocalipsis nos dice cómo será esa adoración eterna:

9 Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos,

10 los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo:

11 Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.

Apocalipsis 4:9-11

La adoración no se detiene en el cielo, no existe el tiempo, simplemente todos deben arrojar sus coronas delante del Señor, porque Él es digno de recibir la gloria y la honra.

¿Qué más nos dice Juan sobre la adoración? Pues, él tuvo visiones de aquellos días y también pudo ver lo siguiente:

11 Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones,

12 que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza.

13 Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.

14 Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos.

Apocalipsis 5:11-14

Estaremos aquel gran día alabando a Dios por toda una eternidad. ¿Acaso eso no es grandioso?

La visión celestial que nos presenta Juan es una invitación para que reflexionemos sobre cómo debe ser nuestra adoración aquí en la tierra. La Biblia nos enseña que debemos adorar a Dios “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24). No se trata solo de cantar o levantar las manos, sino de vivir en obediencia y santidad, con un corazón rendido al Creador. Cada acto de amor, cada palabra de agradecimiento y cada gesto de fe forman parte de esa adoración que agrada a Dios.

Cuando levantamos nuestras voces en alabanza, estamos practicando lo que un día haremos por siempre en el cielo. Nuestra adoración terrenal es el reflejo de lo eterno, un anticipo de esa comunión perfecta donde ya no habrá llanto ni dolor, sino gozo perpetuo ante la presencia del Señor. Por eso, aunque a veces las pruebas intenten robarnos la alegría, debemos recordar que incluso en medio de la adversidad podemos adorar, porque Dios sigue siendo digno.

En el cielo no habrá distracciones, no habrá cansancio ni limitaciones humanas. Allí estaremos plenamente conscientes de la santidad y majestad de nuestro Dios. Los ángeles, los ancianos y toda la creación unirán sus voces en una sola melodía: “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso”. Qué maravilloso será unirnos a ese coro eterno, donde no existirán divisiones, solo un mismo propósito: glorificar a Aquel que vive y reina para siempre.

Mientras llega ese día, debemos vivir con la misma actitud de adoración. Cada día puede ser una oportunidad para rendir nuestras coronas simbólicas delante del trono del Señor: nuestro orgullo, nuestros logros, nuestros deseos personales. Todo lo que somos debe estar sometido a Su voluntad. Así como los veinticuatro ancianos echan sus coronas, nosotros también podemos ofrecerle todo lo que tenemos, reconociendo que sin Él nada somos.

La verdadera adoración trasciende el canto y las palabras; es un estilo de vida. Adorar es obedecer, es perdonar, es servir al prójimo con amor, es vivir con humildad y gratitud. Cada acción puede convertirse en una alabanza si se hace para la gloria de Dios. Y cuando comprendemos esto, nuestra perspectiva cambia: todo lo que hacemos, desde lo más pequeño hasta lo más grande, puede ser una ofrenda agradable al Señor.

Por eso, al leer el libro de Apocalipsis, no solo imaginemos el cielo, sino que también preparemos nuestros corazones para esa eternidad gloriosa. Que desde ahora podamos decir: “Señor, Tú eres digno de recibir toda gloria, honra y poder”. Que nuestras vidas sean un reflejo constante de esa adoración perfecta que un día ofreceremos sin fin.

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Alaba al Señor porque sus bendiciones te rodean cada día
Cantaré a mi Dios con todo lo que soy