¿A quién debemos todo lo que tenemos, lo que somos, y todo lo que Él nos ha prometido? ¿No es a Dios? Es Él, que tiene el control de todas las cosas, bendigamos Su majestad, reconozcamos Su poder sobre todas las cosas.
Cuando meditamos en todo lo que poseemos, desde la vida misma hasta los pequeños detalles del día a día, entendemos que nada de esto ha sido producto del azar. Todo proviene del Señor, quien sostiene al mundo con el poder de Su palabra. Aun en medio de nuestras debilidades, Él sigue siendo fiel, cuidando de nosotros, proveyendo alimento, salud y esperanza. Por eso debemos reconocer que toda bendición desciende de lo alto, del Padre de las luces, en quien no hay mudanza ni sombra de variación. Cada respiro, cada amanecer y cada oportunidad son muestras de Su misericordia.
¿Quién subió al cielo, y descendió?
¿Acaso este no es el Rey de reyes y Señor de señores que puede hacer todas las cosas posibles? Por eso alabemos Su Santo y bendito nombre, demos un grito de alabanzas solo a Él.
Solo Cristo, el Hijo de Dios, descendió del cielo y volvió a subir para darnos vida eterna. Él venció a la muerte y nos abrió el camino al Padre. Ningún otro ser humano ha tenido ese poder, solo el que fue antes de todas las cosas y que estará después de ellas. Recordar esto debe llevarnos a una adoración genuina, una alabanza que no dependa de emociones pasajeras, sino de la convicción de que nuestro Salvador reina en gloria. Que nuestras voces proclamen Su nombre en todo lugar, porque solo Él merece toda exaltación.
¿Quién encerró los vientos en sus puños?
Dios grande y fuerte, poderoso y Rey y dueño de los ejércitos más grandes de todo el mundo y del universo, porque todos somos suyos y creación hecha por Él. Postrémonos y reconozcamos Su gloria y poder porque suyos son.
El viento obedece Su voz, el mar se aquieta ante Su mandato y las tormentas se detienen cuando Él lo ordena. Así también puede calmar las tempestades del corazón humano, traer paz donde había angustia y esperanza donde había desesperación. Con solo una palabra, el Creador cambia el rumbo de la historia. Este es el Dios al que servimos, el que no falla y cuyo poder no tiene límites. ¡Qué grande es nuestro Señor!
¿Quién ató las aguas en un paño?
Él es quien tiene en Sus manos los mares, los ríos corren por sus manos, de Él brotan todos. Alabemos a nuestro Dios por este hecho maravilloso, cantemos anunciando que Él es el único Rey poderoso. A Dios sea la gloria, la honra y las alabanzas por los siglos de los siglos. Amén.
El Señor sostiene los océanos, da forma a los ríos y controla los ciclos de la naturaleza. Nada escapa a Su dominio. Así como tiene poder sobre las aguas, también lo tiene sobre nuestras vidas. Cuando atravesamos momentos difíciles, debemos recordar que estamos en Sus manos, y que en Él hay seguridad. Que nuestras alabanzas sean constantes, pues el Dios que gobierna los mares también gobierna nuestras almas.
¿Quién afirmó todos los términos de la tierra?
El gran Creador y buen Señor. Él fue el perfecto diseñador de esta Creación. Dios sublime. Que dividió las aguas de las aguas, puso seco donde no había, brotaron árboles de donde no había, hizo todo lo que se mueve en el mar, creando monstruos marinos y controlándolos así mismo. ¿Y no debemos alabarle por estos hechos maravillosos?
Dios estableció los límites del mundo con sabiduría. Él formó las montañas, los valles y todo cuanto existe. La creación entera da testimonio de Su grandeza. Cada amanecer y cada atardecer son recordatorios de que el Creador sigue al mando. Por eso, al mirar la naturaleza, debemos ver el reflejo de Su poder y sentir la necesidad de rendirle honra y gratitud. El Señor merece toda alabanza, porque todo fue hecho por Él y para Él.
¿Quién es Él?
Él es el gran yo soy, alfa y la omega, el primero y el último, no hay otro como Él, ni lo habrá. Él es grande y poderoso, su poder no se puede comparar con nadie más. Alabemos a Dios, cantemos de su poder por los siglos, Él vive. Suya es la eternidad.
Este es nuestro Dios, el mismo que fue, que es y que será por siempre. Su nombre es santo, Su trono es eterno, y Su gloria llena los cielos. No hay comparación posible, porque Él trasciende todo entendimiento humano. Que nuestras vidas sean una ofrenda viva, que nuestras palabras exalten Su nombre y nuestros corazones permanezcan fieles a Su voluntad. A Él sea la gloria, la honra y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
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